sábado, 15 de febrero de 2014

EL  ROSTRO  DE  LA VIOLENCIA EN ÁFRICA

Por: Javier  Fernando  Miranda  Prieto

Soldado del ejército de Kenia bien apertrechado, vigilando un poblado en Somalia. Los keniatas y ugandeses 
invadieron Somalia para neutralizar a los terroristas de Al Qaeda.

El África Subsahariana ha registrado, en el mes y medio de transcurrido el 2014, intensos conflictos étnicos y religiosos en Sudán del Sur y en la Republica Centroafricana -RC-, sin olvidar la persistente violencia que no termina  aún, a pesar de los Acuerdos de Paz, en la República Democrática del Congo -RDC- y los frecuentes ataques en Somalia y Kenia.
Las cifras de muertos son altísimas y los hechos de sangre espantosos. Un estimado indica que casi 15,000 personas han muerto en Sudán del Sur desde principios de este año, mientras en la vecina República Centroafricana, donde hay un feroz conflicto entre musulmanes y cristianos, la demencial violencia ha llegado hasta la decapitación de niños.

Paradójicamente, comparado con décadas anteriores, hoy por hoy hay menos conflictos en África que en el pasado. Sin embargo, en la actualidad se están produciendo brutales estallidos de violencia sin precedentes. Esta brutalidad se puede graficar en el reclutamiento forzado de niños para uso en las milicias, mutilaciones indiscriminadas, asesinatos de comunidades enteras y violaciones masivas a mujeres.

Sudán del Sur obtiene su independencia en julio del 2011, haciéndose de
importantes yacimientos de petróleo, lo cual a originado una rivalidad
de caudillos regionales para controlar el poder.
Además, dada esta espiral de violencia, no hay una presencia importante de fuerzas internacionales de paz en estos conflictos. Las fuerzas de paz de África, ya sea bajo el auspicio formal de las Naciones Unidas o de la Unidad Africana, sufren las mismas limitaciones que han padecido siempre estas misiones militares: falta de resultados políticos concretos, causada en parte por un mandato débil; por priorizar acciones defensivas más que ofensivas; y por la falta de unas fuerzas militares adecuadas.

El intento de golpe de Estado que vivió Sudán del Sur el 15 de diciembre pasado, generó actos de violencia en todo el país, en los que el grupo étnico mayoritario en la Nación -los dinkas- al cual pertenece el presidente Salva Kiir Mayardi, se enfrentó violentamente a la etnia nuers del golpista vice-presidente Riek Mashar. Lo que empezó como una fallida asonada golpista, se convirtió en una guerra total, que se extendió rápidamente por gran parte del país.

     “Comparado con décadas anteriores, hoy por hoy
   hay menos conflictos en África, pero en la actualidad
        los estallidos de violencia son sin precedentes”

Poco después varios países de la zona despacharon soldados y equipos militares para ayudar al gobierno central de Sudán del Sur. Lo que la prensa internacional ha caracterizado como un enfrentamiento inter étnico; lo cual es un hecho inédito e insólito en este país, dado que tradicionalmente en Sudán del Sur, ambas comunidades étnicas han convivido de forma pacífica y armoniosa; es simplemente una lucha política encarnizada, entre caudillos regionales por controlar el poder.

Son más de un millón de refugiados sursudaneses que han abandonado sus
pueblos para vivir hacinados en campamentos en países vecinos, en las
peores condiciones sanitarias.
Las Naciones Unidas han calculado que la guerra civil en ese país ha dejado, hasta el día de hoy más de 15,000 víctimas fatales. Sin contar los cerca de un millón de personas que han dejado sus casa para refugiarse en países vecinos, incluyendo, triste paradoja, al antiguo enemigo, la República de Sudán.

Por otro lado, los civiles de la República Centroafricana, donde están enfrentados encarnizadamente musulmanes y cristianos, han sufrido enormemente desde que fuerzas rebeldes derrocaron al presidente en marzo del 2013. Los combatientes musulmanes fueron acusados de cometer atrocidades luego de tomar el poder y el mes de diciembre pasado explotó la violencia entre comunidades, que dejó más de 1,000 muertos en cuestión de días. Los rebeldes una vez en el poder, se convirtieron en bandas islamistas fanáticas que con machetes en mano, ingresaban a los pueblos para atacar a los infieles, a la pacifica población cristiana. Como respuesta a estas atroces acciones, estas comunidades cristianas, convertidas en grupos de autodefensa, anti-balakas o anti-machetes, terminaron usando los mismos métodos y acciones sanguinarias que sus victimarios, generando una espiral de violencia demencial contra los rebeldes musulmanes.

  “En Sudán del Sur la guerra ha dejado más de 15,000             víctimas, sin contar el millón de refugiados 
              que sobreviven en los países vecinos, 
                     en condiciones insalubres”

Unicef -el Fondo de las Naciones Unidas para Infancia- reportó que dos niños fueron decapitados por los rebeldes islamistas y que se han empleado niveles de violencia sin precedentes en perjuicio de los menores. Se calcula que unas 935,000 personas fueron desplazadas a otras ciudades o a los países vecinos. Miles de soldados franceses y fuerzas de paz están tratando infructuosamente, de aplacar los ánimos. El presidente Michel Djotodia, el líder rebelde que tomó el poder, aceptó renunciar el mes de enero, junto con su primer ministro. Las renuncias no obstante, podrían agravar el vacío de poder en una tierra con un historial de golpes y dictaduras. Djotodia había afianzado su poder con la ayuda de mercenarios y efectivos del ejército de Chad, un importante aliado de Francia en la región, pero de poco le sirvió.

Enclavado en el centro de África, este país sin litoral tiene
una historia de golpes y dictaduras, pero hoy está viviendo
su peor periodo de violencia.
Los casos recientes de violencia que se vive en el África, como en Sudán del Sur y en la República Centroafricana nos confirman, que hay que dejar de abordar los conflictos africanos en forma aislada y considerarlos como sistemas integrados. Si bien es cierto, que cada conflicto tiene sus propias particularidades, existen en los países africanos muchas coincidencias en las causas que lo generan y en las acciones a tomar para sus soluciones. 

Muchos de estos conflictos tienen su origen en la nefasta herencia colonial; en la gravitación de las grandes potencias sobre las decisiones que atañen a la explotación de sus recursos naturales; en la fragilidad de sus instituciones estatales o en las diferencias y rivalidades tribales, religiosas y étnicas que estos países hasta ahora, no han sabido resolver.

Asimismo, esta violencia que sacude al África, es generada en muchos casos, por un voluntarismo caudillista, que no defienden ideologías claras, ni objetivos políticos definidos, ni reivindicaciones establecidas. Lo único que buscan sus operadores, es enriquecerse y traficar con los recursos naturales de las zonas donde operan. Es por ello, que esta violencia que sacude hoy esta región -y que en anteriores entradas lo he planteado con mayor precisión- en muchos casos, tiene que ver más bien con un bandolerismo oportunista que con una guerra propiamente dicha.

Esta visión integradora de los conflictos africanos, también contempla la posible solución a estos enfrentamientos armados, desde un accionar convergente. La necesidad impostergable de un dialogo inclusivo con el objetivo de poner fin a esta escalada violentista, para terminar con el genocidio y los crímenes contra la humanidad que se está generando, es la única salida posible para frenar esta violencia.

  “En la República Centroafricana los enfrentamientos               entre musulmanes y cristianos han dejado
            más de 1,000 muertos en cuestión de días”

Se requiere con urgencia crear una plataforma inclusiva que apueste por el dialogo franco entre todos los sectores de la sociedad, incluido los bandos en conflictos, los grupos religiosos, los líderes tribales, los consejos de ancianos -organización ancestral y con mucho prestigio-, los actores locales y estatales, la sociedad civil y las poblaciones desplazadas, con el fin de agilizar el proceso de reconciliación y sanación de la sociedad.

Los fanáticos musulmanes toman el poder y empieza una cacería contra los
infieles, los pacíficos cristianos, quienes se organizan en grupos de
autodefensa, los anti balakas. Desatándose una brutal violencia. 
Estos diálogos inclusivos, que responden a una visión integradora de los conflictos africanos, también se pueden dar, aunque con no poca dificultad, en aquellos países donde la desestructuración de la sociedad, la fragilidad de las instituciones, la falta de autoridad y la fragmentación del territorio abonan hacia la perpetuación de la violencia; me estoy refiriendo a los llamados estados fallidos. Como es el caso emblemático de Somalia, donde hace más de 20 años, no existe Estado en ese país, ni autoridad central que lo conduzca. Grupos radicales pro Al Qaeda se han adueñado de esta nación, atentando contra su población y contra sus vecinos, logrando la desestabilización de la estratégica región del Cuerno del África.

En la vecina Kenia, que tiene una importante dotación de soldados en territorio somalí, fue víctima de varios atentados mortales en su territorio, como la toma de un exclusivo centro comercial en Nairobi a fines del año pasado, por parte de fanáticos islamistas somalíes. Por su parte, Kenia ha informado recientemente, de la realización de una exitosa operación militar en Somalia, donde murieron más de 30 combatientes integristas. Además de tropas kenianas, también Uganda tiene soldados y bases militares en Somalia. 

Este complejo conflicto en donde participan ejércitos de varios países, que luchan contra una transnacional del terrorismo, como Al Qaeda. Su solución también se puede lograr mediante el dialogo inclusivo, retomando los contactos y la participación más activa de las organizaciones ancestrales de la sociedad Somalí, que tienen el reconocimiento y la capacidad de convocatoria necesaria para lograr una reconciliación, como se intentó hacer a principios de los años 90, antes de la nefasta y atroz intervención militar norteamericana en esa nación.

  “Se requiere la creación de una plataforma inclusiva
      que apueste por el dialogo franco entre todos los
      sectores de la población, para agilizar el proceso
          de reconciliación y sanación de la sociedad”

Pero África en la actualidad, no solo es eses rostro violento y descarnado que se muestra en la prensa internacional. Este milenio ha sido favorable para su crecimiento económico, basado en el buen precio de minerales, la expansión de la industria petrolera, la recuperación y extensión de la frontera agrícola, el desarrollo de las ciudades, el incremento de su clase media y el brote de regímenes democráticos. Pero ya que hablamos del rostro de la violencia en este continente, una buena noticia ha sido la firma del Acuerdo de Paz entre el gobierno de la República Democrática del Congo -RDC- y la guerrilla del M23, que puso fin a más de 20 años de acciones armadas.

Más de mil muertos, muchos de ellos niños y 935,000 desplazados son las
cifras iniciales de la violencia en la República Centroafricana. Donde la
presencia militar extranjera no va ha solucionar el conflicto
Con el respaldo de varios países de la región, se abre esta posibilidad de paz para la RDC, que se vio asediada por los señores de la guerra disputándose, además de recursos, el récord de masacres. A pesar que continúan esporádicas escaramuzas en el este de la RDC, el M23 está obligada a liberar la zona este de su país, desmovilizar a sus tropas y así perfila su camino a la legalidad y su reincorporación a la sociedad congoleña. Este acuerdo es un aporte trascendente para la seguridad de la región.

Por la frontera han desfilado miles de refugiados y también combatientes, que huían o venían a engrosas grupos armados. A la RDC llegaron milicias de Ruanda y de Uganda con fines anexionistas, configurando un cuadro de una violencia extrema que duro décadas. Pero todo ello se terminó, hace poco a través de unas negociaciones serias, creativas e inclusivas, que convoco a todas las partes involucraras en el conflicto.

Para terminar, parece que el apartheid racial termino formalmente en África, pero aún siguen vigentes viejos conflictos armados, con fachada étnica o religiosa, pero que encubren intereses económicos de otras potencias, que no dejan avanzar a este continente. Pesadas cargas que entorpecen la ansiada y ya empezada ruta hacia el progreso, la inclusión y la paz.