domingo, 6 de abril de 2014

EL GENOCIDIO EN RUANDA:
20  AÑOS  DESPUES  DEL  INFIERNO

Por: Javier  Fernando  Miranda  Prieto



“Desde aquel día de abril de 1994
En el que el sol se eclipsó detrás de las colinas
sin previo aviso
Arrojando a los míos sin corazón al caer la noche
La tierra de mis sueños
se convirtió en tierra que me duele nombrar.
He soñado con una tierra
Donde la cima de los bananos
se enorgullecen ante el sol
He soñado con una tierra
Donde la barba rubia del maíz fascina al amante
que duda
He soñado con una tierra
donde por fin la palabra explota como un volcán
Largo tiempo adormecido….”


                             Nocky Djenamoun
                                                                               Poeta de Chad                                                           
                                                                                “Ruanda: Escribir por el deber de la memoria”   
                                           

Desde hace veinte años, muchos de nuestros lectores han oído hablar del genocidio y la guerra civil que se vivió en Ruanda en 1,994 o incluso se han informado de este episodio a través de películas, que desde diferentes tonos y ángulos, han tratado esta dramática historia. Pero poco se ha profundizado en mi país y en la región latinoamericana, sobre uno de los más aberrantes crímenes contra la humanidad de nuestra historia reciente.

Hoy seis de abril se recuerda, con dolor y vergüenza, 20 años del inicio del mayor infierno de las últimas décadas, tristemente recordado por los excesos en que nos puede llevar el fanatismo racial heredado del colonialismo, la perversa manipulación informativa, y la punible pasividad y cobardía –para la conciencia colectiva de los gobiernos- de los países europeos y los Estados Unidos.

La guerra civil que dio lugar al genocidio en Ruanda se inicio en abril de 1994, en donde casi un millón de ruandeses tutsis y hutus moderados fueron exterminados en manos de sus conciudadanos hutus radicales. Debe destacarse, en primer término, que a pesar de la herencia colonial, no hay ningún rasgo étnico, ni lingüístico específico que diferencia a unos y otro, más allá de algunas sutilizas físicas (mayor estatura y corpulencia en los tutsis).

Sin embargo, la ancestral rivalidad entre ellos, fruto de su especialización en el trabajo manual (hutus agricultores; tutsis ganaderos) fue aprovechada por los colonos alemanes y posteriormente belgas para reforzar a la monarquía tutsi (minoritaria en la población) frente a los hutus, numéricamente mayoritarios. Los belgas asimilaron en puestos de mando, dentro del ejército colonial, a los tutsis por su aspecto físico, y los llenaron de privilegios. El aparato colonial impuesto por los belgas, sacó partido de esas rivalidades al fomentar partidos políticos con bases étnicas, de tal manera que en la década de los cincuenta del siglo XX, para la minoría tutsi, los hutus eran “vasallos”, sin ningún lazo de fraternidad, que debían ser sometidos a servidumbre.

Con esos antecedentes y con la llegada de la independencia a Ruanda en 1,961, se estaban dando ya las bases para la confrontación. La monarquía tutsi, impuesta por los belgas, era rechazada por el 80% de los ruandeses en el referéndum convocado para tal efecto y se proclamó la Republica de Ruanda en 1,962. Los hutus republicanos convivieron de forma relativamente pacifica en el nuevo país con los tutsis. Pero en 1,972 fueron asesinados más de 350,000 hutus a manos de ganaderos tutsis, por disputas territoriales, lo que generó un sentimiento anti-tutsi muy poderoso y creciente. En este escenario se produce en 1,973 un golpe de Estado que llevó al poder al general Juvenal Habyarimana, que se izo rodear de una oficialidad hutu radicalizada.

La razón económica –junto a los aspectos políticos, ya precisados- casi siempre tiene un rol fundamental en el origen en las guerras y los genocidios. En los años 80 la situación económica de Ruanda empeoró enormemente, por la reducción del precio del café, que implicó una pérdida de ingresos totales para el país del 50%.  Los hutus agricultores sufrieron una fuerte crisis que se coaligó con otra crisis, la militar, propiciada desde la vecina Uganda, nación que apoyaba tradicionalmente a los tutsis integrantes del Frente Patriótico Ruandés -FPR-, grupo político que tenia bases y campamentos tutsis en suelo ugandés y en Burundi, nación que también padecía esta sorda enemistad entre estas comunidades étnicas.

       “El aparato colonial impuesto por los belgas,
            sacó partido de esas rivalidades étnicas,
       la mayoría hutu era considera como vasallos

Si bien este conflicto finalizó con un Acuerdo de Paz entre los dos grupos étnicos, compromiso auspiciado por Tanzania, que contemplaba la formación de un gobierno de transición en ambos países -Ruanda y Burundi-, en abril de 1994 el presidente ruandés hutu Juvenal Habyarimana y su homologo burundés Cyprien Ntaryamina fueron asesinados, cuando un misil alcanzó en pleno vuelo al avión presidencial, matando en el acto a los dos mandatarios que regresaban de Dar Es-Salam, capital de Tanzania, precisamente luego de una reunión sobre la ejecución de los Acuerdos de paz. Iniciando, con este doble magnicidio, el mayor genocidio de la historia reciente que nuestra memoria recuerde. Desde ese día se desataron todos los infiernos en Ruanda.

La reacción hutu fue el inicio de la catástrofe: la rabia contenida estalló ante la muerte de su presidente hutu; otros afirman que fue una venganza de los hutus radicales, ante la claudicación de un presidente traidor; sin descartar el factor conspirativo entre franceses y ruandeses tutsis en el exilio, con la complicidad de Uganda, para generar una espiral de violencia, donde el FPR aparecería como los salvadores y pacificadores ante el genocidio iniciado por los hutus. Según las cifras oficiales, entre 800 mil y un millón de tutsis y hutus moderados fueron brutalmente asesinados en apenas cien días. De las mujeres tutsis que sobrevivieron, una gran mayoría fueron violadas y los miles de niños producto de esas violaciones fueron asesinados.

Nada sucede por casualidad y en este caso los tambores de guerra redoblaban desde hacía muchos años. No fueron los hutus, sino el ala más radical de sus milicias, las que iniciaron el genocidio, con la importante colaboración de algunos medios de comunicación, como la radio. La mayor parte de la población hutu no pudo negarse a participar de las matanzas, la manipulación y arengas de repudio contra los tutsis desde las emisoras radiales, empujaban a la gente a las calles para tomar venganza por tantas décadas de subordinación.

Fue un genocidio “colectivo”, “étnico” pero también “político”, centrado en la búsqueda y control del poder, perpetrado no por un puñado de fanáticos convencidos, sino por la población civil. Y si bien muchos hutus moderados fueron asesinados, los tutsis fueron prácticamente exterminados: durante una matanza que duró tres meses se aplastó al 75% de las “cucarachas” tutsis ruandesas, como así se les denominaba a través de la “Radio Mil Colinas”, que mediante sus ondas llamaban al asesinato colectivo, razón por la cual algunos de sus periodistas más relevantes, cumplen ahora penas de cadena perpetua por incitar al genocidio.

Desde un principio, occidente reaccionó fríamente, con pasividad. Bélgica y Francia, las dos grandes potencias europeas de la zona, evacuaron a sus ciudadanos, olvidando al pueblo ruandés. Ya a los pocos días de iniciado el genocidio, la Cruz Roja acreditaba la muerte de decenas de miles de ruandeses asesinados, generalmente a golpe de machetes. Ahora se conoce que el Comandante General de las tropas de la ONU destacadas en Ruanda, recibió la orden expresa de no intervenir y solo cooperar para evacuar a belgas, franceses y extranjeros. “Actúe con imparcialidad”, “No entre en combate”, fueron los testimonios de los oficiales del ejército de la ONU, recogidos por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda -TPIR-. ¿Imparcialidad ante un evidente genocidio?, ¿Proteger solo a los extranjeros? Pura hipocresía y cobardía internacional de las grandes potencias; con esta vergonzosa actitud, estas potencias evitaban involucrarse en un país africano carente de valor estratégico e interés geopolítico. Por esos años a los Estados Unidos y a la Unión Europea, les preocupaba más el desmembramiento de Yugoeslavia y sus repercusiones económicas y geopolíticas para el centro de Europa.

Durante los posteriores días de abril, cientos de miles de tutsis fueron asesinados. Y los métodos utilizados fueron de una crueldad infinita. Una monstruosa realidad en la que se escenificaron las peores torturas y asesinatos y de la que el mundo entero fue un mudo e impávido testigo.

Amputaciones a golpe de machetes, violaciones masivas, asesinatos a niños y bebes, asesinatos vivos en recintos cerrados que eran quemados, muchas veces se mataba a los niños delante de sus padres, les cortaban las extremidades o los órganos genitales y los dejaban desangrarse. Algunos ciudadanos ruandeses pagaban para que les pegaran un tiro, en vez de ser asesinados a machetazos. “Pagar por elegir la forma de morir”, una expresión estremecedora, que fue confirmada por numerosos testigos en las audiencias del TPIR, el tribunal especial para Ruanda, que desde noviembre de 1,994 empezó a operar con el fin de perseguir, arrestar, juzgar y condenar a los autores o promotores del genocidio ruandés y que en los últimos veinte años ha procesado a cientos de personas, entre tutsis y hutus, por crímenes de lesa humanidad.

Pero la cobardía y la hipocresía de occidente no tenía límites, a los llamados del Secretario General de la ONU el egipcio Buotros Ghali de frenar el genocidio, el mismo Consejo de Seguridad, organismo dominado por las cinco grandes potencias mundiales, resolvía reducir los efectivos militares destacados en Ruanda de 2,600 a 270 soldados, en momentos en que este país africano requería más ayuda militar para estabilizar la zona y dar mayor seguridad a su población.

        “Según cifras oficiales, un millón de tutsis
           y hutus moderados fueron brutalmente
             asesinados en apenas cuatro meses”

Pero cuando la ONU trata de reaccionar, mandando a ejércitos de otros países, ya las tropas de ruandeses tutsis acantonadas en las fronteras de Uganda y el Congo empiezan a cruzar la frontera hacia Ruanda, dando inicio a las represarías de los tutsis contra los hutus. Curiosamente, cuando ya llegaban a 500 mil los asesinados en Ruanda, ni Europa, ni los Estados Unidos decidieron emplear el término “genocidio”, pues el uso de esa denominación los obligaría a intervenir militarmente en ese remoto país.

En el mes de julio, en medio de una guerra civil atroz, finalmente el FPR tutsi vence y ocupa la capital, poniendo fin al genocidio tutsi, pero no a la demencial violencia, que seguía azotando a Ruanda. Este triunfo del FPR fue logrado por el apoyo militar y diplomático de los Estados Unidos, quienes desde esa época, tienen al gobierno ruandés como su principal aliado en la región. ¿El resultado del genocidio? Jamás podrá saberse con exactitud. Cerca de un millón de muertos, la gran mayoría tutsis ruandeses, aunque se desconoce la cantidad de víctimas de la venganza de los tutsis, pero de seguro fueron decenas de miles de hutus; iniciando con ello, el otro genocidio, la matanza de hutus. Sin contar el exilio forzoso de 2 millones de personas -tutsis y hutus- al Congo, más de 500 mil a Tanzania, 200 mil a Burundi y 100 mil a Uganda, quienes sobreviven aún, en un menor número, pero en insalubres y precarios campos de refugiados.

En este demencial odio visceral, lamentablemente también cayeron sacerdotes y jerarcas católicos ruandeses, en un país predominantemente cristiano y católico. En los informes del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, se admite plenamente que decenas de sacerdotes y monjas católicas de etnias rivales fueron participes activos de estas masacres. Está comprobado que el sacerdote Seromba, condenado por genocidio, asesinó a 2,000 tutsis. ¿Cómo? Los atrajo a su iglesia, donde pensaban encontrar refugio. Luego, dio orden a unas excavadoras de aplastar a los refugiados en el interior y las milicias hutus se encargaron de asesinar a los aún sobrevivientes.

Repugnantes casos que se prodigaron, entre los religiosos, pero también actos de gran heroísmo, de martirio, paradójicamente entre miembros de otras religiones. Un buen ejemplo a recordar, es el de los musulmanes ruandeses que defendieron sus barrios negándose a entregar a los tutsis, por lo que ninguna mezquita ni ningún imán fueron condenados por genocidio. Los testigos de Jehová actuaron de igual manera, lo que les supuso también represalias muy crueles.

En este veinte aniversario, la inacción o la acción tardía de Francia y los Estados Unidos, así como de los gobernantes de la época -Francois Mitterrand y Bill Clinton-  y de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU debe revolver de nuevo la conciencia del mundo. Porque el genocidio de Ruanda fue el inicio, sólo el principio de la mayor tragedia del África en los últimos 20 años. En la llamada “región de los grandes lagos” (República Democrática del Congo, Ruanda, Burundi, Uganda) se desataron todos los infiernos de nuevo. Finalizado el genocidio de Ruanda, la catástrofe se trasladó a los países limítrofes. Millones de refugiados llegaron a la RDC, dando inicio a una larga etapa de desestabilización política y militar en este estratégico país, lo que generó más de 5 millones de muertos y cientos de miles de desplazados; involucrando durante años en una espiral de violencia, a todos los países de la zona.

Además, el triunfo de los tutsis y el FPR en Ruanda, catapultó a su presidente Paul Kagame, actual mandatario ruandés, en una figura prominente en la región, quien logró estabilizar económica y políticamente su país, a costa de sus inocultables ambiciones autoritarias y expansionistas. Kagame quiso poner punto final al genocidio sufrido en su país, reescribiendo la historia desde la perspectiva del vencedor; impuso a su pueblo un régimen represivo y autoritario, a cambio de estabilidad política y económica. El gobierno ruandés durante estos años, ha asesinado a una larga lista de opositores, periodistas y activistas, desplegando unos recursos humanos y económicos inmensos para manipular e imponer esta historia oficial, tratando de ocultar sus propios crímenes.

     “Hipocresía y cobardía de las grandes potencias,
        estos países evitaron involucrarse en un país
    africano carente de valor estratégico y geopolítico”

Pero para quien piensen que la historia no se repetirá, recordemos que mientras el genocidio de Ruanda se perpetraba, en esos años la guerra de Yugoeslavia se sucedía. ¿La diferencia? Para frenar el expansionismo serbio, la OTAN empleó durante diez semanas 1,000 aeronaves, lanzó miles de misiles de crucero desde el Adriático y los aviones occidentales llevaron a cabo 38,000 misiones de combate para frenar las ambiciones territoriales del presidente serbio y salvar la vida de croatas, bosnios y albano kosovares. Quizás la diferencia sin embargo, es que en este último caso los afectados eran europeos “blancos” y en el caso de los ruandeses tutsis o hutus eran africanos “negros”.

Sea cual fuera los motivos de las grandes potencias, para no dar cara al genocidio que se dio en Ruanda hace 20 años, lo cierto es que esta actitud de las grandes potencias y de los organismos internacionales competentes, confirman una vez más la hipocresía, cobardía e ignorancia con la que suelen actuar estos país durante un conflicto internacional humanitario; por supuesto, en la medida en que ese conflicto, no afecte sus intereses.

Quisiera terminar esta entrada, como la empecé, con un fragmento de un poema que resume lo vivido por los ruandeses, luego de veinte años de haber sufrido una de las páginas más negras de la historia de África y de occidente; con un sentimiento de reconciliación, de arrepentimiento, de esa nueva oportunidad que toda sociedad tiene el derecho de darse luego de un conflicto fratricida; pero sin olvidar la justicia para las víctimas, el castigo a los victimarios y la necesaria reparación para toda una sociedad.

Del proyecto literario “Ruanda: Escribir por el deber de la memoria” un fragmento de un poema anónimo muy interesante, escrito por un miembro arrepentido de las milicias hutu:

“Demos gracias a los que vieron la luz,
los que nos sacaron de nuestra oscuridad inhumana.
Damos gracias a los que hicieron sacrificios
y transformaron nuestro país en lo que es hoy.
Vamos a trabajar juntos contra quienes quieren contaminarnos.
Nuestra unidad debe ser objeto de admiración para el mundo,
la gente debe ver con asombro que los ruandeses
viven de nuevo en armonía”





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