EL GENOCIDIO EN RUANDA:
20 AÑOS DESPUES
DEL INFIERNO
Por: Javier Fernando Miranda
Prieto
“Desde aquel día de abril de 1994
En el que el sol se eclipsó detrás de las
colinas
sin previo aviso
Arrojando a los míos sin corazón al caer la
noche
La tierra de mis sueños
se convirtió en tierra que me duele nombrar.
He soñado con una tierra
Donde la cima de los bananos
se enorgullecen ante el sol
He soñado con una tierra
Donde la barba rubia del maíz fascina al
amante
que duda
He soñado con una tierra
donde por fin la palabra explota como un
volcán
Largo tiempo adormecido….”
Nocky Djenamoun
Poeta de Chad
“Ruanda: Escribir por el deber de la memoria”
Desde hace veinte años, muchos de nuestros lectores han
oído hablar del genocidio y la guerra civil que se vivió en Ruanda en 1,994 o
incluso se han informado de este episodio a través de películas, que desde
diferentes tonos y ángulos, han tratado esta dramática historia. Pero poco se
ha profundizado en mi país y en la región latinoamericana, sobre uno de los más
aberrantes crímenes contra la humanidad de nuestra historia reciente.
Hoy seis de abril se recuerda, con dolor y vergüenza,
20 años del inicio del mayor infierno de las últimas décadas, tristemente
recordado por los excesos en que nos puede llevar el fanatismo racial heredado
del colonialismo, la perversa manipulación informativa, y la punible pasividad
y cobardía –para la conciencia colectiva de los gobiernos- de los países
europeos y los Estados Unidos.
La guerra civil que dio lugar al genocidio en Ruanda
se inicio en abril de 1994, en donde casi un millón de ruandeses tutsis y hutus
moderados fueron exterminados en manos de sus conciudadanos hutus radicales.
Debe destacarse, en primer término, que a pesar de la herencia colonial, no hay
ningún rasgo étnico, ni lingüístico específico que diferencia a unos y otro,
más allá de algunas sutilizas físicas (mayor estatura y corpulencia en los
tutsis).
Con esos antecedentes y con la llegada de la
independencia a Ruanda en 1,961, se estaban dando ya las bases para la
confrontación. La monarquía tutsi, impuesta por los belgas, era rechazada por
el 80% de los ruandeses en el referéndum convocado para tal efecto y se
proclamó la Republica de Ruanda en 1,962. Los hutus republicanos convivieron de
forma relativamente pacifica en el nuevo país con los tutsis. Pero en 1,972
fueron asesinados más de 350,000 hutus a manos de ganaderos tutsis, por
disputas territoriales, lo que generó un sentimiento anti-tutsi muy poderoso y
creciente. En este escenario se produce en 1,973 un golpe de Estado que llevó
al poder al general Juvenal Habyarimana, que se izo rodear de una oficialidad
hutu radicalizada.
La razón económica –junto a los aspectos políticos, ya
precisados- casi siempre tiene un rol fundamental en el origen en las guerras y
los genocidios. En los años 80 la situación económica de Ruanda empeoró
enormemente, por la reducción del precio del café, que implicó una pérdida de
ingresos totales para el país del 50%.
Los hutus agricultores sufrieron una fuerte crisis que se coaligó con
otra crisis, la militar, propiciada desde la vecina Uganda, nación que apoyaba
tradicionalmente a los tutsis integrantes del Frente Patriótico Ruandés -FPR-,
grupo político que tenia bases y campamentos tutsis en suelo ugandés y en
Burundi, nación que también padecía esta sorda enemistad entre estas
comunidades étnicas.
“El aparato
colonial impuesto por los belgas,
sacó partido
de esas rivalidades étnicas,
la mayoría hutu
era considera como vasallos”
Si bien este conflicto finalizó con un Acuerdo de Paz entre
los dos grupos étnicos, compromiso auspiciado por Tanzania, que contemplaba la
formación de un gobierno de transición en ambos países -Ruanda y Burundi-, en
abril de 1994 el presidente ruandés hutu Juvenal Habyarimana y su homologo
burundés Cyprien Ntaryamina fueron asesinados, cuando un misil alcanzó en pleno
vuelo al avión presidencial, matando en el acto a los dos mandatarios que
regresaban de Dar Es-Salam, capital de Tanzania, precisamente luego de una
reunión sobre la ejecución de los Acuerdos de paz. Iniciando, con este doble magnicidio,
el mayor genocidio de la historia reciente que nuestra memoria recuerde. Desde
ese día se desataron todos los infiernos en Ruanda.
La reacción hutu fue el inicio de la catástrofe: la
rabia contenida estalló ante la muerte de su presidente hutu; otros afirman que
fue una venganza de los hutus radicales, ante la claudicación de un presidente
traidor; sin descartar el factor conspirativo entre franceses y ruandeses
tutsis en el exilio, con la complicidad de Uganda, para generar una espiral de
violencia, donde el FPR aparecería como los salvadores y pacificadores ante el
genocidio iniciado por los hutus. Según las cifras oficiales, entre 800 mil y un millón de tutsis
y hutus moderados fueron brutalmente asesinados en apenas cien días. De las
mujeres tutsis que sobrevivieron, una gran mayoría fueron violadas y los miles
de niños producto de esas violaciones fueron asesinados.
Nada sucede por casualidad y en este caso los tambores
de guerra redoblaban desde hacía muchos años. No fueron los hutus, sino el ala
más radical de sus milicias, las que iniciaron el genocidio, con la importante
colaboración de algunos medios de comunicación, como la radio. La mayor parte
de la población hutu no pudo negarse a participar de las matanzas, la
manipulación y arengas de repudio contra los tutsis desde las emisoras
radiales, empujaban a la gente a las calles para tomar venganza por tantas
décadas de subordinación.
Fue un genocidio “colectivo”, “étnico” pero también
“político”, centrado en la búsqueda y control del poder, perpetrado no por un
puñado de fanáticos convencidos, sino por la población civil. Y si bien muchos
hutus moderados fueron asesinados, los tutsis fueron prácticamente
exterminados: durante una matanza que duró tres meses se aplastó al 75% de
las “cucarachas” tutsis ruandesas, como así se les denominaba a través de la
“Radio Mil Colinas”, que mediante sus ondas llamaban al asesinato colectivo,
razón por la cual algunos de sus periodistas más relevantes, cumplen ahora
penas de cadena perpetua por incitar al genocidio.
Desde un principio, occidente reaccionó fríamente, con
pasividad. Bélgica y Francia, las dos grandes potencias europeas de la zona,
evacuaron a sus ciudadanos, olvidando al pueblo ruandés. Ya a los pocos días de
iniciado el genocidio, la Cruz Roja acreditaba la muerte de decenas de miles de
ruandeses asesinados, generalmente a golpe de machetes. Ahora se conoce que el
Comandante General de las tropas de la ONU destacadas en Ruanda, recibió la
orden expresa de no intervenir y solo cooperar para evacuar a belgas, franceses
y extranjeros. “Actúe con imparcialidad”, “No entre en combate”, fueron los
testimonios de los oficiales del ejército de la ONU, recogidos por el Tribunal
Penal Internacional para Ruanda -TPIR-. ¿Imparcialidad ante un evidente genocidio?,
¿Proteger solo a los extranjeros? Pura hipocresía y cobardía internacional de
las grandes potencias; con esta vergonzosa actitud, estas potencias evitaban
involucrarse en un país africano carente de valor estratégico e interés
geopolítico. Por esos años a los Estados Unidos y a la Unión Europea, les
preocupaba más el desmembramiento de Yugoeslavia y sus repercusiones económicas
y geopolíticas para el centro de Europa.
Durante los posteriores días de abril, cientos de
miles de tutsis fueron asesinados. Y los métodos utilizados fueron de una
crueldad infinita. Una monstruosa realidad en la que se escenificaron las
peores torturas y asesinatos y de la que el mundo entero fue un mudo e impávido
testigo.
Amputaciones a golpe de machetes, violaciones masivas,
asesinatos a niños y bebes, asesinatos vivos en recintos cerrados que eran
quemados, muchas veces se mataba a los niños delante de sus padres, les
cortaban las extremidades o los órganos genitales y los dejaban desangrarse.
Algunos ciudadanos ruandeses pagaban para que les pegaran un tiro, en vez de
ser asesinados a machetazos. “Pagar por elegir la forma de morir”, una
expresión estremecedora, que fue confirmada por numerosos testigos en las
audiencias del TPIR, el tribunal especial para Ruanda, que desde noviembre de
1,994 empezó a operar con el fin de perseguir, arrestar, juzgar y condenar a
los autores o promotores del genocidio ruandés y que en los últimos veinte años
ha procesado a cientos de personas, entre tutsis y hutus, por crímenes de lesa
humanidad.
Pero la cobardía y la hipocresía de occidente no tenía
límites, a los llamados del Secretario General de la ONU el egipcio Buotros
Ghali de frenar el genocidio, el mismo Consejo de Seguridad, organismo dominado
por las cinco grandes potencias mundiales, resolvía reducir los efectivos
militares destacados en Ruanda de 2,600 a 270 soldados, en momentos en que este
país africano requería más ayuda militar para estabilizar la zona y dar mayor
seguridad a su población.
“Según cifras
oficiales, un millón de tutsis
y hutus
moderados fueron brutalmente
asesinados en
apenas cuatro meses”
Pero cuando la ONU trata de reaccionar, mandando a ejércitos
de otros países, ya las tropas de ruandeses tutsis acantonadas en las fronteras
de Uganda y el Congo empiezan a cruzar la frontera hacia Ruanda, dando inicio a
las represarías de los tutsis contra los hutus. Curiosamente, cuando ya
llegaban a 500 mil los asesinados en Ruanda, ni Europa, ni los Estados Unidos
decidieron emplear el término “genocidio”, pues el uso de esa denominación los
obligaría a intervenir militarmente en ese remoto país.
En el mes de julio, en medio de una guerra civil
atroz, finalmente el FPR tutsi vence y ocupa la capital, poniendo fin al
genocidio tutsi, pero no a la demencial violencia, que seguía azotando a
Ruanda. Este triunfo del FPR fue logrado por el apoyo militar y diplomático de
los Estados Unidos, quienes desde esa época, tienen al gobierno ruandés como su
principal aliado en la región. ¿El resultado del genocidio? Jamás podrá saberse
con exactitud. Cerca de un millón de muertos, la gran mayoría tutsis ruandeses,
aunque se desconoce la cantidad de víctimas de la venganza de los tutsis, pero
de seguro fueron decenas de miles de hutus; iniciando con ello, el otro
genocidio, la matanza de hutus. Sin contar el exilio forzoso de 2 millones de
personas -tutsis y hutus- al Congo, más de 500 mil a Tanzania, 200 mil a
Burundi y 100 mil a Uganda, quienes sobreviven aún, en un menor número, pero en
insalubres y precarios campos de refugiados.
En este demencial odio visceral, lamentablemente
también cayeron sacerdotes y jerarcas católicos ruandeses, en un país
predominantemente cristiano y católico. En los informes del Tribunal Penal
Internacional para Ruanda, se admite plenamente que decenas de sacerdotes y
monjas católicas de etnias rivales fueron participes activos de estas masacres.
Está comprobado que el sacerdote Seromba, condenado por genocidio, asesinó a
2,000 tutsis. ¿Cómo? Los atrajo a su iglesia, donde pensaban encontrar refugio.
Luego, dio orden a unas excavadoras de aplastar a los refugiados en el interior
y las milicias hutus se encargaron de asesinar a los aún sobrevivientes.
Repugnantes casos que se prodigaron, entre los
religiosos, pero también actos de gran heroísmo, de martirio, paradójicamente
entre miembros de otras religiones. Un buen ejemplo a recordar, es el de los
musulmanes ruandeses que defendieron sus barrios negándose a entregar a los
tutsis, por lo que ninguna mezquita ni ningún imán fueron condenados por
genocidio. Los testigos de Jehová actuaron de igual manera, lo que les supuso
también represalias muy crueles.
En este veinte aniversario, la inacción o la acción
tardía de Francia y los Estados Unidos, así como de los gobernantes de la época
-Francois Mitterrand y Bill Clinton- y
de los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU debe revolver de nuevo la
conciencia del mundo. Porque el genocidio de Ruanda fue el inicio, sólo el
principio de la mayor tragedia del África en los últimos 20 años. En la llamada
“región de los grandes lagos” (República Democrática del Congo, Ruanda,
Burundi, Uganda) se desataron todos los infiernos de nuevo. Finalizado el
genocidio de Ruanda, la catástrofe se trasladó a los países limítrofes.
Millones de refugiados llegaron a la RDC, dando inicio a una larga etapa de
desestabilización política y militar en este estratégico país, lo que generó
más de 5 millones de muertos y cientos de miles de desplazados; involucrando durante
años en una espiral de violencia, a todos los países de la zona.
Además, el triunfo de los tutsis y el FPR en Ruanda,
catapultó a su presidente Paul Kagame, actual mandatario ruandés, en una figura
prominente en la región, quien logró estabilizar económica y políticamente su
país, a costa de sus inocultables ambiciones autoritarias y expansionistas.
Kagame quiso poner punto final al genocidio sufrido en su país, reescribiendo
la historia desde la perspectiva del vencedor; impuso a su pueblo un régimen
represivo y autoritario, a cambio de estabilidad política y económica. El
gobierno ruandés durante estos años, ha asesinado a una larga lista de
opositores, periodistas y activistas, desplegando unos recursos humanos y
económicos inmensos para manipular e imponer esta historia oficial, tratando de
ocultar sus propios crímenes.
“Hipocresía y
cobardía de las grandes potencias,
estos países
evitaron involucrarse en un país
africano
carente de valor estratégico y geopolítico”
Pero para quien piensen que la historia no se
repetirá, recordemos que mientras el genocidio de Ruanda se perpetraba, en esos
años la guerra de Yugoeslavia se sucedía. ¿La diferencia? Para frenar el
expansionismo serbio, la OTAN empleó durante diez semanas 1,000 aeronaves,
lanzó miles de misiles de crucero desde el Adriático y los aviones occidentales
llevaron a cabo 38,000 misiones de combate para frenar las ambiciones
territoriales del presidente serbio y salvar la vida de croatas, bosnios y
albano kosovares. Quizás la diferencia sin embargo, es que en este último caso
los afectados eran europeos “blancos” y en el caso de los ruandeses tutsis o
hutus eran africanos “negros”.
Sea cual fuera los motivos de las grandes potencias,
para no dar cara al genocidio que se dio en Ruanda hace 20 años, lo cierto es
que esta actitud de las grandes potencias y de los organismos internacionales
competentes, confirman una vez más la hipocresía, cobardía e ignorancia con la
que suelen actuar estos país durante un conflicto internacional humanitario; por
supuesto, en la medida en que ese conflicto, no afecte sus intereses.
Quisiera terminar esta entrada, como la empecé, con un
fragmento de un poema que resume lo vivido por los ruandeses, luego de veinte
años de haber sufrido una de las páginas más negras de la historia de África y
de occidente; con un sentimiento de reconciliación, de arrepentimiento, de esa
nueva oportunidad que toda sociedad tiene el derecho de darse luego de un
conflicto fratricida; pero sin olvidar la justicia para las víctimas, el
castigo a los victimarios y la necesaria reparación para toda una sociedad.
Del proyecto literario “Ruanda: Escribir por el deber
de la memoria” un fragmento de un poema anónimo muy interesante, escrito por un
miembro arrepentido de las milicias hutu:
“Demos gracias a los que vieron la luz,
los que nos sacaron de nuestra oscuridad
inhumana.
Damos gracias a los que hicieron sacrificios
y transformaron nuestro país en lo que es
hoy.
Vamos a trabajar juntos contra quienes
quieren contaminarnos.
Nuestra unidad debe ser objeto de admiración
para el mundo,
la gente debe ver con asombro que los
ruandeses
viven de nuevo en armonía”
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