TUTSIS / HUTUS:
¿UN TRÁGICO INVENTO COLONIAL?
Por: Javier Fernando
Miranda Prieto
Ochocientos mil
muertos, cien mil huérfanos y tres millones de refugiados fueron el trágico
saldo del extremismo y fanatismo que enfrentó a tutsis y hutus en la lejana
Ruanda. Es difícil en un artículo hacer justicia sobre este
trágico acontecimiento que avergonzó al
mundo, pero se puede tratar de explicarlo.
Pueden rastrearse
explicaciones: en la desesperada presión por la tierra, en la pobreza rural
intensificada por el colapso del precio mundial del café o en la determinación
de un grupo privilegiado por retener sus posiciones de dominio. Estos elementos
agregaron combustible al fuego. Pero la chispa del genocidio está en la
ideología racial extremista de dos etnias enfrentadas por décadas, tratando de detentar el poder.
Todos los conocedores
de la historia africana coinciden en afirmar que en África fue la colonización, la llegada
de los europeos, la que creó el etnicismo
o tribalismo al promover y exacerbar
las diferencias, que eran menores, entre los distintos grupos humanos al momento de la llegada de los colonizadores. La armonía preexistente a la era colonial, habría quedado
rota con esta inyección interesada de racismo.
Esto es lo que habría
sucedido en Ruanda, donde hutus, tutsis y los minoritarios twa convivían, antes
de la llegada, primero de los alemanes y luego de los belgas, en una forma
armoniosa, en una complementariedad de roles económicos y sociales.
Siguiendo la consigna
colonialista de “divide y vencerás”,
los conquistadores europeos aprovecharon de esas categorías que impusieron y
las cargaron de racismo. La minoría tutsi fue identificada como una
aristocracia que gobernaba un Estado colonial apoyado por los invasores
extranjeros. Mientras la mayoría hutu fue etiquetada como campesinos,
consignada a una vida de trabajo y alejada de toda posibilidad de educación o
participación política. Con la independencia de Ruanda, se impuso la mayoría
hutu y los tutsis fueron considerados casi como extranjeros en su propio país.
Desde ese momento, fue
en vano gritar que hutus y tutsis no eran grupos étnicos separados. Sesenta
años de gobierno colonial aliado de los tutsis y cerca de 35 años de supremacía
hutu tras su independencia -que envió al exilio a más de la mitad de la
población tutsi- cambiaron radicalmente la relación entre ellos.
Las raíces y
responsabilidades últimas del genocidio ruandés, de hace más de dos décadas, estarían
en esta invención europea del conflicto tutsi/hutu. Es más, en la actualidad,
no estaríamos hablando de un genocidio, sino de varios, en tiempos distintos y
con victimas diferentes. En primer lugar, el menos recordado, el genocidio que
enfrentaron tanto los hutus y tutsis desde su independencia, los fuertes
enfrentamientos armados entre un Estado hutu y una bien armada guerrilla tutsi refugiada en territorio ugandés, con asesinatos y matanzas, teniendo a
víctimas y victimarios en ambos bandos, intercambiándose los roles.
“La colonización europea
en África exacerbó
las diferencias étnicas
y tribales de los africanos”
“La armonía
preexistente habría quedado rota
con la inyección interesada
de racismo”
A pesar de varios
acuerdos, desde los años setenta, los tutsis acantonados en Uganda nunca
consiguieron volver a su tierra natal. Su vanguardia político-militar, el
Frente Patriótico Ruandés -FPR- incursionaba recurrentemente por el norte del
país, dejando una secuela de destrucción y muerte en la población hutu,
quienes tuvieron que huir de esas tierras y migrar hacia el sur, hacia la
ciudad de Kigali, capital del país. Estas invasiones coincidieron, por esos
tiempos, con los drásticos programas económicos puestos en práctica con el
aval del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, agravando el
desempleo y empobreciendo aún más al medio rural y con ello polarizando y
agudizando la violencia armada entre las comunidades en pugna.
Jóvenes tutsis guerrilleros reciben entrenamiento en los campos de refugiados en Uganda, preparando el retorno. |
Había comenzado una
cruenta guerra, que ahora nadie quiere recordar, pero que es el referente
histórico en que se inscriben los posteriores crímenes atroces. La comunidad
internacional, muy presta impuso sanciones militares y económicas al gobierno
ruandés, por combatir esta invasión de los rebeldes, pero los Estados Unidos,
Inglaterra e Israel siguieron apoyando con armas y dinero a los rebeldes del
FPR que operaban desde Uganda. Configurándose una alianza, que se prolongaría
años después, cuando los tutsis tomaron venganza y dirigieron todo su aparato
militar contra la población hutu.
El segundo genocidio,
el más publicitado, el que ocurrió en 1994, el que duró cien días de
brutal exterminio tutsi y que también persiguió a los hutus moderados que no quisieron
empuñar un machete y degollar a su vecino tutsi. Ese genocidio fue la expresión
más despiadada de esa vieja instrumentación de las particularidades sociales que han solido utilizar en diferentes épocas y con los mismos fines las
potencias coloniales. Si bien es evidente, que este genocidio fue cometido
por ruandeses, semejante crimen sin embargo, solo fue posible porque
anteriormente la sociedad ruandesa fue irremediablemente desestructurada por la
inoculación de interesadas concepciones y categorías étnicas y que fue asumida por
Ruanda, como parte de su nefasta herencia colonial.
“Las raíces y
responsabilidades del genocidio
ruandés, estarían en la
invención europea
del conflicto
tutsi/hutu”
La planificada
represalia de los hutus del año 1,994, tuvo un problema inicial: ¿Como
distinguir a sus víctimas? No se podía hacer a través del idioma o de la ubicación
territorial, además las diferencias físicas habían sido, con el transcurrir del
tiempo, ya atenuadas. Adicionalmente, chequear los documentos llevaba tiempo y la
velocidad se asociaba con el éxito de la operación.
Columnas de las FPR, el brazo armado de los tutsis, ingresan a Kigali, dando inicio al otro genocidio, al genocidio olvidado. |
Según los testimonios
recogidos, por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda -TPIR- los
extremistas resolvieron el asunto movilizando a por lo menos un soldado cada
diez casas a lo largo de todo el país, de manera tal que cada familia tutsi
podía ser señalada por una persona que los conociera personalmente. De allí que
maestros hayan matado a chicos de sus
escuelas, clientes a comerciantes y vecinos a vecinos. Masacrar era un deber
civil. El gobierno hutu perfeccionó la tecnología del genocidio, la imaginación
puesta al servicio de una causa infame y atroz.
Hay que recordar, que
la chispa que detonó esta explosión demencial de violencia fueron los acuerdos
de Arusha, firmados en Tanzania un año antes, donde se contemplaba un reparto
del poder entre el gobierno, los rebeldes del FPR y los partidos de oposición.
Añadido a esto, otro detonante del conflicto fue el misterioso atentado que
costó la vida a los presidentes de Ruanda y Burundi, en el que según el diario
belga Le Soir estuvieron implicados militares franceses. La alianza formada por
los tutsis y las grandes potencias, habría incluido también a Francia, quien
prestó su apoyo logístico y militar al FPR, para perpetuar el doble magnicidio,
logrando con ello el pretexto perfecto para empezar la arremetida final contra
el gobierno hutu e instalarse en el poder.
“Con el triunfo de los
tutsis, se pone fin al
genocidio oficial. Porque de las brutales represalias
contra los hutus, de
ese genocidio solo hay silencio”
Con la entrada de los
guerrilleros tutsis del FPR a la ciudad de Kigali se puso fin al llamado
“genocidio oficial”, aquella matanza que solo reconoce la historia. Porque de
las brutales represalias tutsis contra los hutus, de ese genocidio solo hay
silencio. Los jefes militares del FPR pasaron a ser el gobierno oficial de
Ruanda, desde esa posición siguieron persiguiendo y asesinando a los refugiados
hutus, que habían huido en estampida de las ciudades para refugiarse en la
antigua Zaire. Desde ese momento empezó el genocidio hutu, el no reconocido por
la historia oficial, ¿Por qué? Porque simplemente estas acciones estuvieron
apoyadas militar y diplomáticamente por las grandes potencias, porque las
empresas transnacionales mineras, que tienen muchos intereses económicos en la
región de los grandes lagos (República Democrática del Congo, Uganda, Ruanda y
Burundi) tenían que estabilizar esta estratégica región y el FPR le era muy
funcional para sus intereses.
El FPR con la protección de las potencias occidentales, empezó a atacar campos de refigiados hutus, donde murieron mujeres, niños y ancianos. |
El FPR con ese paraguas
protector, empezó a atacar con armamento pesado campos de refugiados enteros
con cientos de miles de niños, mujeres, ancianos y enfermos. Organizó
escuadrones de la muerte que asesinaban selectivamente a determinadas personas
hutus: políticos, académicos, periodistas, abogados, sacerdotes, empresarios.
La crema de la sociedad civil hutu fue aniquilada en pocos días. Como si
quisieran borrar todo vestigio del pensamiento y la cultura hutu.
Esas masacres, que
primero se escudaron en que eran para vengar el genocidio “oficial”, en cazar a
los genocidas que habían huido al Congo, en eliminar la amenaza de que
volvieran internar retomar el poder, eran llevadas a cabo abiertamente por el
ya oficialmente ejército ruandés, ante la mirada pasiva de la comunidad
internacional y de la ONU y sirviéndose de la ayuda económica, militar y de
cualquier tipo de las grandes potencias y en especial de los Estados Unidos.
En Ruanda hace más de veinte
años, estuvo en juego mucho más que la supervivencia de dos comunidades
irreconciliables. El objetivo de los asesinatos en ambos bandos, era la
“solución final” de la amenaza a su poder. Una rivalidad y encono por el poder
que había sido inoculado perversamente al tejido social ruandés por las
potencias coloniales, como un hábil instrumento de dominación.
El genocidio de Ruanda,
viéndolo a la distancia, concluyó sin vencedores, los asesinos de ambos bandos
no lograron exterminar a sus ficticios enemigos raciales, el genocidio (la
destrucción total de un pueblo étnico o racial) fracasó. Los asesinos
fracasaron no por las tropas de la ONU o por la presión internacional; la
derrota del genocidio se logró por el instinto de sobrevivencia de ambos
pueblos y no por una victoria de los derechos humanos, ni mucho menos por las
organizaciones internacionales que debían defenderlos.
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