miércoles, 21 de noviembre de 2012


LA  AYUDA  QUE  EMPOBRECE

Con la autoridad de haber sido uno de los más prestigiosos y respetados líderes del Tercer Mundo, Julius Nyerere (1922-1999) padre de la independencia de la Republica de Tanzania, quien gobernó por más de una década su país a través de elecciones democráticas, nos ofrece en este articulo –publicado por la revista Cuadernos del Tercer Mundo- una aguda critica a los organismos multilaterales de crédito, que condicionan su apoyo financiero a la aplicación de duras y recesivas políticas económicas, como se ha visto en la mayoría de países africanos y como se están aplicando ahora en muchos países del mundo.

Autor:  Julius  Nyerere   Ex presidente de Tanzania


Los programas de ayuda para África, debido a las condiciones que imponen, no cumplen con el objetivo de aliviar la pobreza en los países de ese continente. Por el contrario, su aplicación puede tener como resultado el deterioro del nivel de vida de la población y en especial de los niños.

Los países africanos no son solo subdesarrollados, también son pobres. La tarea de sus gobiernos consiste en distribuir la pobreza lo más justamente posible y al mismo tiempo invertir todo lo que  puedan para la creación de riqueza futura. Se trata de dilemas arduos de resolver.

En periodos de hambruna ¿sobre qué bases deberían distribuirse los alimentos disponibles? Y en tales circunstancias ¿es lógico emplear los recursos de un país en gastos de defensa, de mantenimiento del orden interno o en cualquier rubro no alimentario? Y si así fuera, ¿en qué proporción?

Julius Nyerere (1922-1999) Ex presidente de Tanzania

¿Deben utilizarse los escasos recursos a disposición de los servicios de salud pública, por ejemplo, para la adquisición de insulina, sin la cual algunos pacientes morirían, o para la compra de remedios contra la malaria, que mata a más personas?

¿Deben emplearse el dinero y la mano de obra calificada para satisfacer el consumo corriente o como inversión de capital para incrementar el bienestar futuro?

En un país pobre tales interrogantes son planteadas diariamente al gobierno. En África, al elegirse las soluciones a adoptar, frecuentemente están en conflicto los más elementales derechos humanos, pues los bienes y los recursos humanos existentes son insuficientes para atender todas las necesidades básicas de la población. Para establecer sus programas de desarrollo nuestros países no tienen otra alternativa que utilizar sus pocos medios y organizarse ellos mismos, paso a paso.

Lamentablemente, sin embargo ello se está haciendo cada  vez más difícil debido a las políticas  neoliberales. Los bienes que se producen mediante el labrado de un pequeño terreno con un arado o por trabajo artesanal en pequeñas fábricas no pueden competir en el mercado mundial con los bienes surgidos de la alta tecnología.

Una planificación que tienda a la autosatisfacción de las necesidades de la población con los recursos propios disponibles es, en mi opinión, el único camino hacia el progreso.

El campo africano no puede competir con la agricultura subsidiada del Primer Mundo

No darse cuenta de la necesidad de encarar el desarrollo de un mundo progresivo –y en lo posible autónomo- ha contribuido al actual problema del endeudamiento externo, no solo en África, sino en todo el llamado Sur del planeta. En nuestro apuro, hemos pedido prestado demasiado, alentados por solícitos banqueros, que después aumentaron unilateralmente las tasas de interés.

Todo estado soberano del África tiene –teóricamente- el derecho de organizar su economía del modo que mejor le parezca, pero en esta edad tecnológica, no es posible a nadie aislarse del resto del mundo.

En particular, son los pobres quienes no pueden aislarse de las naciones ricas, desarrolladas y militarmente poderosas o de las empresas transnacionales controladas por tales países. En las ciudades africanas los pobres pueden a menudo evitar comprar en los mercados dominados por la porción de la población comparativamente rica, donde los precios son mas altos. Pero algo similar no es posible a nivel internacional, pues hay un solo mercado mundial.

Por ejemplo, el precio de exportación del café es igual en todos lados y se fija por la acción de intermediarios y especuladores, no por los costos de producción o por lo que los consumidores están dispuestos a pagar. En cambio el precio de los tractores o bienes industriales se basa en los costo de producción, incluyendo en ellos el nivel de vida de los trabajadores en los países desarrollados. Por ello, no es sorprendente que los términos de intercambio se deterioren constantemente en detrimento de los países menos desarrollados.

Así, como los injustos términos de intercambio, los países pobres también deben de soportar los condicionamientos económicos, para acceder a las fuentes de financiamiento de los organismos multilaterales presididos por el Fondo Monetario Internacional –FMI-.

No creo que un condicionamiento tal de la ayuda sea ético. El pueblo de cada nación soberana tiene el derecho de organizar sus propios asuntos económicos a su manera.

Sin embargo en la práctica, para un país en desarrollo obtener el visto bueno del FMI significa siempre aceptar determinadas condiciones. Estas consisten en la devaluación masiva, la eliminación del control de precios y de subsidios, la liberación de las importaciones y el corte de los gastos públicos; todo esto, además de dar una alta prioridad al pago de la deuda externa.

Por lo tanto, cuando una nación se encuentra en honda dificultad, las negociaciones con el FMI no son sino conversaciones acerca de los detalles sobre cómo y cuán rápido tendrá que ejecutar la política económica que consideran ortodoxa.

Es fácil criticar a los gobiernos africanos y no ignoro todos sus errores, ni la frecuente corrupción que en ellos existe. Pero estas culpas no hacen más que empeorar una situación que ya era insostenible. Solo en casos extremos son las causas principales de la situación en la que se hallan nuestros países.







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