CUENTOS AFRICANOS
Los cuentos africanos son una fuente pura de enseñanzas sobre la vida y el espíritu de la tierra. Los animales simbólicos de su cosmovisión, como: la perfidia de la araña, la astucia del cocodrilo o la sabiduría de las aves, han servido a las voces tribales para tejer un revelador tapiz del alma.
Históricamente África ha
sido un continente tribal y ello ha configurado un extenso abanico de formas de
ver y entender la vida, así como de mitologías y creencias, cuyas bases se
sustentan en la tradición y por extensión en los cuentos, en la tradición oral
y en los relatos ancestrales.
En el continente
africano existen alrededor de doscientos cincuenta mil mitos, cuentos y
leyendas y en esta entrada les ofrecemos algunos de los más curiosos, entretenidos
o relevantes con el propósito, que usted, querido lector pase un buen rato.
Casi toda la literatura corta africana, contiene también una simbología y una metáfora,
sin pretender expresar con ello ninguna idea religiosa, ética o moral. Solo dejándose
llevar por el instinto, el lector será capaz de encontrar el significado y la
esencia contenida en cada narración.
Estos relatos nos
ofrecen la oportunidad de conocer parte de la historia de África a través de su
sabiduría tradicional, el humor y la gran variedad humana, cultural y geográfica
de este continente. La mayoría de estos cuentos tienen protagonistas humanos y
animales y de ellos descubrirán valores, sentimientos y la enorme sapiencia del continente origen de la humanidad.
JAVIER FERNANDO MIRANDA PRIETO
JAVIER FERNANDO MIRANDA PRIETO
EL ELEFANTE
Y LA LLUVIA
Hace mucho tiempo,
Elefante y Lluvia eran amigos, pero no muy buenos amigos, porque Elefante era
orgulloso y le gustaba discutir. Consideraba que era demasiado importante como
para ser amigo de alguien con un cuerpo tan blando y delgado como el de una
nube de lluvia.
Exasperado, Lluvia
replicó:
-¡Eh, Elefante! ¡Yo soy
mayor que tú! ¿Por qué estás siempre insultándome, una vez, y otra y otra?
Elefante se enfadó más todavía
y dijo:
-¡Como vas a ser tú
mayor que yo¡ Comparado conmigo no eres más que un niño. Mira mi cuerpo. ¡Yo soy
grande y fuerte¡
Cansado de tanta
jactancia, Lluvia dijo:
-Dices que eres más
fuerte y grande que yo, pero te aseguro que puedo hacer más agua que tú.
-Eso no es cierto -gritó
Elefante- tu haz tu agua y yo haré la mía, ¡veremos entonces quién es el que llena
los aguazales de este mundo¡
-¡Muy bien! -dijo Lluvia-
Empieza tu. Haz tu agua y llena los aguazales paraqué yo pueda beber.
Así que Elefante empezó
a hacer agua. Orinó y orinó y orinó hasta que se quedó vacío y no pudo hacer
una gota más. Llamó a Lluvia y le dijo:
-Ven a ver el agua.
Lluvia fue, sonrió y
dijo:
-¿De qué me hablas? ¡No
veo ningún agua!
Cuando Elefante miró,
no había nada. Toda el agua había penetrado en la tierra sedienta.
-¡Espera y verás cómo
lleno todos los aguazales y ríos, para que puedas beber y beber y beber!
Lluvia se marchó y
entonces, de pronto, allí estaba otra vez. Descendió con gran estruendo.
Era el inicio de la estación
lluviosa y llovió y llovió y llovió toda la noche y todo el día. Los aguazales
se llenaron, los ríos empezaron otra vez a discurrir y la tierra toda se cubrió
de verde. Elefante no podía creerse lo que veían sus ojos. Corrió hasta el agua.
Empleó la trompa.
Mientras sorbía el agua
y se la metía en la boca, Lluvia fue a ver lo que hacía Elefante. Lo encontró
en el agua, dejando caer chorros por encima de su cuerpo:
-¿Ves ahora que soy lo
bastante mayor y fuerte como para ser tu amigo?
–preguntó Lluvia. Pero Elefante
se limitó a seguir bebiendo.
Entonces de improviso,
Lluvia tronó:
Y golpeó a Elefante en
el trasero:
Elefante se sorprendió de
tal forma que gritó:
-¡Madre!
Y salió corriendo con
el rabo entre las piernas y no volvió a desafiar nunca a Lluvia. Éste es el
motivo por el que la piel de los elefantes está arrugada.
Cómo Llegó la Sabiduría
a los Ashanti
Cuenta que Kwaku
Ananse, la araña, estaba allí y que barrió toda la sabiduría, la amontonó en un
sitio y la metió en un recipiente de calabaza.
Entonces declaró que treparía
a un árbol y colgaría de él la calabaza, de modo que no quedaran en la tierra
nada de sabiduría.
Así que cogió el
recipiente para llevárselo, y cuando estuvo al pie del árbol en que pensaba
colgarlo, tomó un cordel, lo ató al recipiente, lo colgó delante de él y se
dispuso a trepar por el árbol. Trepó, trepó y trepó. ¡En vano! Lo intentó de
nuevo, otra vez se dispuso a trepar y trepar y trepar.
¡En vano!
Pues bien, Ntikuma, su
hijo que estaba allí, dijo:
-¡Oh! Sin duda se te
han secado los ojos de vergüenza. ¿No habría sido mejor si le hubieses dado la
vuelta a la calabaza y la hubieras echado a la espalda? Entonces seguro
hubieras podido trepar.
Araña, dijo:
-¡Aparta! tú y tus proverbios
antiguos….
Entonces se dio la
vuelta para trepar una vez más como la había hecho antes, pero, de nuevo, sin ningún
resultado. A continuación caviló largo tiempo y finalmente cogió la calabaza y
se la echó a la espalda. Así que se dispuso a trepar y ascendió ligero, para
allá que va.
Llegó hasta donde las
ramas comenzaban a separarse del tronco y se dijo:
-¡Yo, Kwaku Ananse, por
el dios menor Afio! Más me valdría estar muerto. Mi hijo es tan chiquitín, tan
chiquitín, tan chiquitín…allí estaba yo, recogí toda la sabiduría (eso pensé)
en un lugar, pero alguna quedó de la que ni yo mismo me percaté y hete aquí que
mi hijo, un niño de pecho, ¡me ha instruido a mí!
Entonces cogí la
calabaza y se oyó un sonido de algo que se desgarra, y Ananse tiró la calabaza
lejos de sí y hubo un sonido de algo que se desparrama.
Así es como todo el
mundo obtuvo sabiduría. Y quien no llegó a tiempo (para recoger un poco) es –perdonadme
que lo diga- un tonto.
Éste es mi cuento,
que yo os he contado.
Sea dulce,
o no sea dulce,
llevaos un poco
y dejad que el resto
vuelva a mí.
El
origen del fuego
Hace mucho tiempo los
chimpancés eran personas, pero hartos de ser víctimas de la picaresca y los
robos de los bambuti terminaron por retirarse al interior de la selva, donde se
volvieron salvajes y se convirtieron en las criaturas que son hoy. Antes que
eso sucediera, vivían en poblados, poseían extensas plantaciones de plátanos y
conocían el uso del fuego. En resumidas cuentas, eran para los bambuti de esa
época lo que los agricultores bantúes son hoy para sus descendientes.
Cierto día, mientras
estaba de cacería, un mbutí se encontró con un poblado de chimpancés. Éstos
recibieron al hombre con espléndida hospitalidad y les ofrecieron plátanos,
cuyo sabor le pareció delicioso. Al anochecer, el cazador se sentó junto a la
hoguera de los chimpancés para calentarse. El agradable resplandor y el calor
de las llamas siempre en movimiento le fascinaron y a partir de ese día el hombre
fue un huésped frecuente del poblado de los chimpancés.
Un día llego al poblado
vestido de un modo extraño. Los chimpancés adultos estaban atareados en sus
plantíos, y allí solo quedaban los niños, que se divirtieron de lo lindo a
costa del hombre, que colgaba del taparrabo una larga cola de corteza machacada
que iba arrastrando por el suelo. Cuando, como de costumbre, le dieron
plátanos, el hombre se acuclilló junto al fuego con los demás, poniéndose tan
cerca de la hoguera que su cola corría peligro de prenderse en cualquier
momento.
-¡Ten cuidado,
mbuti!-le gritaron los niños chimpancé- ¡tu murumba se está quemando!
-No importa, ya es
bastante larga –respondió el hombre, fingiendo indiferencia, mientras masticaba
medio plátano y al mismo tiempo miraba furtivamente su cola, que empezaba a
humear. Entonces, de pronto, se levantó en un salto y salió corriendo a toda
prisa.
Los atónicos niños
chimpancé empezaron a gritar, ante lo cual sus padres regresaron
apresuradamente de los plantíos. Cuando supieron lo que había pasado, supieron
de inmediato que el hombre les había robado el fuego por medio de un engaño.
Emprendieron rápidamente la persecución, pero él era demasiado ágil para ellos.
Cuando los chimpancés llegaron por fin al campamento de los bambuti, las
hogueras ardían alegremente por todas partes.
-¿Por qué nos has
robado el fuego en lugar de comprárnoslo honradamente? –les reprocharon a
gritos a los bambuti.
Éstos, sin embargo, no
se sintieron intimidados por el lenguaje insultante de los chimpancés, quienes
regresaron a su poblado, totalmente burlados.
Tan furiosos estaban por la
desvergonzada ingratitud de los bambuti –que, como cuenta otra historia,
también les habían robado los plátanos- que abandonaron todas sus cosas y se
retiraron a la selva, donde ahora viven sin fuego y sin plátanos y se alimentan
de frutos silvestres.
Por qué la Lombriz vive
en la tierra
Suelen decir que si te
caes al agua, bébela. Cuando os haya contado este cuento, os daréis cuenta de
que es verdad. Escuchad lo que ocurrió hace muchos años, quiero decir en los
comienzos. Dios creó a todos los animales sin esqueleto. Éstos no dejaban de
quejarse por la flojedad de su cuerpo. Eran muy flojos, muy flojos, muy flojos.
No tenían ningún hueso, ninguna fuerza. Para satisfacerlos, Dios nombró a un
herrero para que les fabrique esqueletos. Era el padre de la lombriz. Entonces
el herrero, empezó a trabajar. Los animales venían de todas partes, para ir a
su casa todos los días. El herrero trabajaba sin descansar, día y noche. La
gente venía muy floja pero regresaba con el cuerpo duro, dotada de un bonito y buen
esqueleto, muy fuerte, muy contenta.
Un día, cundo la
serpiente iba a casa del herrero para pedir ella también su esqueleto, por el
camino se encontró con la lombriz que se retorcía y jugaba. Paró y le preguntó
por qué no iba ella también por su esqueleto. La lombriz le dijo con una
sonrisilla:
-El herrero es mi
padre, ¿no lo sabes? No tengo prisa. Cuando yo quiera, tendré mi esqueleto. En
lugar de quedarte aquí a perder el tiempo, harías bien en correr por el tuyo.
La serpiente le dijo
que lo había entendido y prosiguió su camino. Llegó a casa del herrero, le dijo
que quería ella también un esqueleto. Éste le fabricó uno bien bonito. La
serpiente lo cogió, lo puso en su cuerpo y de repente, se sintió muy fuerte.
Muy contenta, se fue a su casa. Por el camino volvió a ver a la lombriz y le
enseñó su bonito y solido cuerpo. Le volvió a decir que fuera a buscar ella también
su esqueleto. Ésta le dijo que luego y siguió jugando.
La gente seguía yendo a
la casa del herrero todos los días, sin parar. Tan numerosa era la concurrencia
que el herrero se privaba de comida, de descanso y de sueño. Envejecía todos
los días y muy pronto cayó enfermo, muy enfermo. A pesar de toda la asistencia
y medicamentos que le dieron, se murió.
Abrumada de dolor por
haber perdido a su padre y por no tener un esqueleto como todos los animales,
la lombriz se llevó las manos a la cabeza y empezó a llorar desconsoladamente.
Al enterarse de la muerte del herrero, todos los animales fueron a su casa a
lamentar su muerte. Cuando la lombriz los vio llegar y con ellos a la
serpiente, huyó y se escondió en la tierra, muerta de vergüenza. Y se quedó en
la tierra. Desde aquel tiempo, la lombriz siempre vive en la tierra y no se
atreve a salir, porque no quiere que la serpiente se burle de ella. Y el cuento
se acabó aquí.
Noticias del país
zulú
A uno de los campamentos
de los blancos en el país zulú, cuando los blancos estaban cómodamente
tumbados, llegó un viejo decrépito, un zulú. Iba desarmado y se le veía encorvado
por la edad.
Dijo que había ido a
solicitar de los blancos comida y empleo. Ellos respondieron:
-¿Dónde está tu
familia?
El anciano dijo:
-Los he dejado atrás.
Entonces ellos le
dijeron:
-Ve a buscarlos, y os acogeremos.
El viejo se marchó.
Cuando había salido del campamento, los blancos vieron que el anciano danzaba,
sosteniendo escudo y azagaya. Ahora ya no tenía la decrepitud de la vejez y
danzaba con el vigor de la juventud, haciendo amagos hacia el campamento,
mientras cantaba las alabanzas de su jefe, Cetshwayo.
Los ingleses empezaron
a disparar sobre él con encono y todo lo que se oyó en el lugar fue el
estruendo de los cañones y el silbido de las balas.
¡Madre! El anciano jugó
con ellos. ¡Y no le acertó ni una sola bala!
Al poco, el anciano se
marchó y entró en un bosque cercano. Pasó un rato y se vio a un antílope muy
pequeño salir del mismo bosque y correr en dirección al campamento.
El antílope se
introdujo corriendo al campamento, entre los blancos.
Ellos gritaron: ¡Caza!,
¡caza! E intentaron matarlo. No lo lograron.
Algunos dispararon
sobre él, otros le tiraron piedras y otros hubo que, por último, le arrojaron
platos, pero nadie acertó a darle. En la confusión vieron de pronto que el antílope
se había transformado en un joven, un zulú, con escudo y azagaya. Este joven
los atacó con su azagaya y se la clavó.
Mientras los mataba sin
que ellos pudieran hacerle nada, alcanzó a verse el ejército de Cetshwayo. Los
blancos no lo sabían, pero su ejército estaba cerca.
Los blancos empiezan a
alarmarse. El ejército está entre ellos. ¡Los mató a todos! ¡Ni uno solo
escapó!
Éstas son las noticias
del país zulú.
Os he decir: ¡Los
zulúes tienen hechizos poderosos!
Los cuentos son de hecho la representaciòn de realidades, la explicaciòn de muchas dudas anteriores a nuestras preguntas, es màs, son la existencia de nuestras respuestas esperando que las tomemos para asirlas a nosotros. Asì que lo menos que podemos hacer es contarlas , es asi que la existencia nuesttra estarà asegurada, ya que mientras la memoria hable de que estuvimos en este suelo un dia, viviremos siempre. Como nos lo muestran los cuentos a travez de lo largo de la civilizaciòn.
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