martes, 29 de octubre de 2013


    CUENTOS      AFRICANOS










Los cuentos africanos son una fuente pura de enseñanzas sobre la vida y el espíritu de la tierra. Los animales simbólicos de su cosmovisión, como: la perfidia de la araña, la astucia del cocodrilo o la sabiduría de las aves,  han servido a las voces tribales para tejer un revelador tapiz del alma. 

Históricamente África ha sido un continente tribal y ello ha configurado un extenso abanico de formas de ver y entender la vida, así como de mitologías y creencias, cuyas bases se sustentan en la tradición y por extensión en los cuentos, en la tradición oral y en los relatos ancestrales.

En el continente africano existen alrededor de doscientos cincuenta mil mitos, cuentos y leyendas y en esta entrada les ofrecemos algunos de los más curiosos, entretenidos o relevantes con el propósito, que usted, querido lector pase un buen rato. Casi toda la literatura corta africana, contiene también una simbología y una metáfora, sin pretender expresar con ello ninguna idea religiosa, ética o moral. Solo dejándose llevar por el instinto, el lector será capaz de encontrar el significado y la esencia contenida en cada narración.

Estos relatos nos ofrecen la oportunidad de conocer parte de la historia de África a través de su sabiduría tradicional, el humor y la gran variedad humana, cultural y geográfica de este continente. La mayoría de estos cuentos tienen protagonistas humanos y animales y de ellos descubrirán valores, sentimientos y la enorme sapiencia del continente origen de la humanidad.


                                                                                   JAVIER  FERNANDO  MIRANDA  PRIETO


                                                                                 




        EL  ELEFANTE  Y  LA  LLUVIA

Hace mucho tiempo, Elefante y Lluvia eran amigos, pero no muy buenos amigos, porque Elefante era orgulloso y le gustaba discutir. Consideraba que era demasiado importante como para ser amigo de alguien con un cuerpo tan blando y delgado como el de una nube de lluvia.

Insultó a Lluvia y le dijo que no era ni lo bastante grande ni lo bastante viejo para ser su amigo.

Exasperado, Lluvia replicó:

-¡Eh, Elefante! ¡Yo soy mayor que tú! ¿Por qué estás siempre insultándome, una vez, y otra y otra?

Elefante se enfadó más todavía y dijo:

-¡Como vas a ser tú mayor que yo¡ Comparado conmigo no eres más que un niño. Mira mi cuerpo. ¡Yo soy grande y fuerte¡

Cansado de tanta jactancia, Lluvia dijo:

-Dices que eres más fuerte y grande que yo, pero te aseguro que puedo hacer más agua que tú.

-Eso no es cierto -gritó Elefante- tu haz tu agua y yo haré la mía, ¡veremos entonces quién es el que llena los aguazales de este mundo¡

-¡Muy bien! -dijo Lluvia- Empieza tu. Haz tu agua y llena los aguazales paraqué yo pueda beber.

Así que Elefante empezó a hacer agua. Orinó y orinó y orinó hasta que se quedó vacío y no pudo hacer una gota más. Llamó a Lluvia y le dijo:

-Ven a ver el agua.

Lluvia fue, sonrió y dijo:

-¿De qué me hablas? ¡No veo ningún agua!

Cuando Elefante miró, no había nada. Toda el agua había penetrado en la tierra sedienta.

-¡Espera y verás cómo lleno todos los aguazales y ríos, para que puedas beber y beber y beber!

Lluvia se marchó y entonces, de pronto, allí estaba otra vez. Descendió con gran estruendo.

Era el inicio de la estación lluviosa y llovió y llovió y llovió toda la noche y todo el día. Los aguazales se llenaron, los ríos empezaron otra vez a discurrir y la tierra toda se cubrió de verde. Elefante no podía creerse lo que veían sus ojos. Corrió hasta el agua. Empleó la trompa.

Mientras sorbía el agua y se la metía en la boca, Lluvia fue a ver lo que hacía Elefante. Lo encontró en el agua, dejando caer chorros por encima de su cuerpo:

-¿Ves ahora que soy lo bastante mayor y fuerte como para ser tu amigo?

–preguntó Lluvia. Pero Elefante se limitó a seguir bebiendo.

Entonces de improviso, Lluvia tronó:

Y golpeó a Elefante en el trasero:

Elefante se sorprendió de tal forma que gritó:
-¡Madre!

Y salió corriendo con el rabo entre las piernas y no volvió a desafiar nunca a Lluvia. Éste es el motivo por el que la piel de los elefantes está arrugada.




   Cómo Llegó la Sabiduría a los Ashanti  

Cuenta que Kwaku Ananse, la araña, estaba allí y que barrió toda la sabiduría, la amontonó en un sitio y la metió en un recipiente de calabaza. 

Entonces declaró que treparía a un árbol y colgaría de él la calabaza, de modo que no quedaran en la tierra nada de sabiduría.

Así que cogió el recipiente para llevárselo, y cuando estuvo al pie del árbol en que pensaba colgarlo, tomó un cordel, lo ató al recipiente, lo colgó delante de él y se dispuso a trepar por el árbol. Trepó, trepó y trepó. ¡En vano! Lo intentó de nuevo, otra vez se dispuso a trepar y trepar y trepar. 

¡En vano!

Pues bien, Ntikuma, su hijo que estaba allí, dijo:

-¡Oh! Sin duda se te han secado los ojos de vergüenza. ¿No habría sido mejor si le hubieses dado la vuelta a la calabaza y la hubieras echado a la espalda? Entonces seguro hubieras podido trepar.

Araña, dijo:

-¡Aparta! tú y tus proverbios antiguos….

Entonces se dio la vuelta para trepar una vez más como la había hecho antes, pero, de nuevo, sin ningún resultado. A continuación caviló largo tiempo y finalmente cogió la calabaza y se la echó a la espalda. Así que se dispuso a trepar y ascendió ligero, para allá que va.

Llegó hasta donde las ramas comenzaban a separarse del tronco y se dijo:

-¡Yo, Kwaku Ananse, por el dios menor Afio! Más me valdría estar muerto. Mi hijo es tan chiquitín, tan chiquitín, tan chiquitín…allí estaba yo, recogí toda la sabiduría (eso pensé) en un lugar, pero alguna quedó de la que ni yo mismo me percaté y hete aquí que mi hijo, un niño de pecho, ¡me ha instruido a mí!

Entonces cogí la calabaza y se oyó un sonido de algo que se desgarra, y Ananse tiró la calabaza lejos de sí y hubo un sonido de algo que se desparrama.

Así es como todo el mundo obtuvo sabiduría. Y quien no llegó a tiempo (para recoger un poco) es –perdonadme que lo diga- un tonto.

                                                Éste es mi cuento,
                                                que yo os he contado.
                                                Sea dulce,
                                                o no sea dulce,
                                                llevaos un poco
                                                y dejad que el resto
                                                vuelva a mí.



      El  origen  del  fuego


Hace mucho tiempo los chimpancés eran personas, pero hartos de ser víctimas de la picaresca y los robos de los bambuti terminaron por retirarse al interior de la selva, donde se volvieron salvajes y se convirtieron en las criaturas que son hoy. Antes que eso sucediera, vivían en poblados, poseían extensas plantaciones de plátanos y conocían el uso del fuego. En resumidas cuentas, eran para los bambuti de esa época lo que los agricultores bantúes son hoy para sus descendientes.

Cierto día, mientras estaba de cacería, un mbutí se encontró con un poblado de chimpancés. Éstos recibieron al hombre con espléndida hospitalidad y les ofrecieron plátanos, cuyo sabor le pareció delicioso. Al anochecer, el cazador se sentó junto a la hoguera de los chimpancés para calentarse. El agradable resplandor y el calor de las llamas siempre en movimiento le fascinaron y a partir de ese día el hombre fue un huésped frecuente del poblado de los chimpancés.

Un día llego al poblado vestido de un modo extraño. Los chimpancés adultos estaban atareados en sus plantíos, y allí solo quedaban los niños, que se divirtieron de lo lindo a costa del hombre, que colgaba del taparrabo una larga cola de corteza machacada que iba arrastrando por el suelo. Cuando, como de costumbre, le dieron plátanos, el hombre se acuclilló junto al fuego con los demás, poniéndose tan cerca de la hoguera que su cola corría peligro de prenderse en cualquier momento.

-¡Ten cuidado, mbuti!-le gritaron los niños chimpancé- ¡tu murumba se está quemando! 

-No importa, ya es bastante larga –respondió el hombre, fingiendo indiferencia, mientras masticaba medio plátano y al mismo tiempo miraba furtivamente su cola, que empezaba a humear. Entonces, de pronto, se levantó en un salto y salió corriendo a toda prisa.

Los atónicos niños chimpancé empezaron a gritar, ante lo cual sus padres regresaron apresuradamente de los plantíos. Cuando supieron lo que había pasado, supieron de inmediato que el hombre les había robado el fuego por medio de un engaño. Emprendieron rápidamente la persecución, pero él era demasiado ágil para ellos. Cuando los chimpancés llegaron por fin al campamento de los bambuti, las hogueras ardían alegremente por todas partes.

-¿Por qué nos has robado el fuego en lugar de comprárnoslo honradamente? –les reprocharon a gritos a los bambuti.

Éstos, sin embargo, no se sintieron intimidados por el lenguaje insultante de los chimpancés, quienes regresaron a su poblado, totalmente burlados. 

Tan furiosos estaban por la desvergonzada ingratitud de los bambuti –que, como cuenta otra historia, también les habían robado los plátanos- que abandonaron todas sus cosas y se retiraron a la selva, donde ahora viven sin fuego y sin plátanos y se alimentan de frutos silvestres.


  

       Por qué la Lombriz vive en la tierra


Suelen decir que si te caes al agua, bébela. Cuando os haya contado este cuento, os daréis cuenta de que es verdad. Escuchad lo que ocurrió hace muchos años, quiero decir en los comienzos. Dios creó a todos los animales sin esqueleto. Éstos no dejaban de quejarse por la flojedad de su cuerpo. Eran muy flojos, muy flojos, muy flojos. No tenían ningún hueso, ninguna fuerza. Para satisfacerlos, Dios nombró a un herrero para que les fabrique esqueletos. Era el padre de la lombriz. Entonces el herrero, empezó a trabajar. Los animales venían de todas partes, para ir a su casa todos los días. El herrero trabajaba sin descansar, día y noche. La gente venía muy floja pero regresaba con el cuerpo duro, dotada de un bonito y buen esqueleto, muy fuerte, muy contenta.

Un día, cundo la serpiente iba a casa del herrero para pedir ella también su esqueleto, por el camino se encontró con la lombriz que se retorcía y jugaba. Paró y le preguntó por qué no iba ella también por su esqueleto. La lombriz le dijo con una sonrisilla:

-El herrero es mi padre, ¿no lo sabes? No tengo prisa. Cuando yo quiera, tendré mi esqueleto. En lugar de quedarte aquí a perder el tiempo, harías bien en correr por el tuyo.

La serpiente le dijo que lo había entendido y prosiguió su camino. Llegó a casa del herrero, le dijo que quería ella también un esqueleto. Éste le fabricó uno bien bonito. La serpiente lo cogió, lo puso en su cuerpo y de repente, se sintió muy fuerte. Muy contenta, se fue a su casa. Por el camino volvió a ver a la lombriz y le enseñó su bonito y solido cuerpo. Le volvió a decir que fuera a buscar ella también su esqueleto. Ésta le dijo que luego y siguió jugando.

La gente seguía yendo a la casa del herrero todos los días, sin parar. Tan numerosa era la concurrencia que el herrero se privaba de comida, de descanso y de sueño. Envejecía todos los días y muy pronto cayó enfermo, muy enfermo. A pesar de toda la asistencia y medicamentos que le dieron, se murió.

Abrumada de dolor por haber perdido a su padre y por no tener un esqueleto como todos los animales, la lombriz se llevó las manos a la cabeza y empezó a llorar desconsoladamente. Al enterarse de la muerte del herrero, todos los animales fueron a su casa a lamentar su muerte. Cuando la lombriz los vio llegar y con ellos a la serpiente, huyó y se escondió en la tierra, muerta de vergüenza. Y se quedó en la tierra. Desde aquel tiempo, la lombriz siempre vive en la tierra y no se atreve a salir, porque no quiere que la serpiente se burle de ella. Y el cuento se acabó aquí.



     Noticias  del  país  zulú


A uno de los campamentos de los blancos en el país zulú, cuando los blancos estaban cómodamente tumbados, llegó un viejo decrépito, un zulú. Iba desarmado y se le veía encorvado por la edad.

Dijo que había ido a solicitar de los blancos comida y empleo. Ellos respondieron:

-¿Dónde está tu familia?

El anciano dijo:

-Los he dejado atrás.

Entonces ellos le dijeron:

-Ve a buscarlos, y os acogeremos.

El viejo se marchó. Cuando había salido del campamento, los blancos vieron que el anciano danzaba, sosteniendo escudo y azagaya. Ahora ya no tenía la decrepitud de la vejez y danzaba con el vigor de la juventud, haciendo amagos hacia el campamento, mientras cantaba las alabanzas de su jefe, Cetshwayo.

Los ingleses empezaron a disparar sobre él con encono y todo lo que se oyó en el lugar fue el estruendo de los cañones y el silbido de las balas.

¡Madre! El anciano jugó con ellos. ¡Y no le acertó ni una sola bala!

Al poco, el anciano se marchó y entró en un bosque cercano. Pasó un rato y se vio a un antílope muy pequeño salir del mismo bosque y correr en dirección al campamento.

El antílope se introdujo corriendo al campamento, entre los blancos.

Ellos gritaron: ¡Caza!, ¡caza! E intentaron matarlo. No lo lograron.

Algunos dispararon sobre él, otros le tiraron piedras y otros hubo que, por último, le arrojaron platos, pero nadie acertó a darle. En la confusión vieron de pronto que el antílope se había transformado en un joven, un zulú, con escudo y azagaya. Este joven los atacó con su azagaya y se la clavó.

Mientras los mataba sin que ellos pudieran hacerle nada, alcanzó a verse el ejército de Cetshwayo. Los blancos no lo sabían, pero su ejército estaba cerca.

Los blancos empiezan a alarmarse. El ejército está entre ellos. ¡Los mató a todos! ¡Ni uno solo escapó!

Éstas son las noticias del país zulú.

Os he decir: ¡Los zulúes tienen hechizos poderosos!



  

1 comentario:

  1. Los cuentos son de hecho la representaciòn de realidades, la explicaciòn de muchas dudas anteriores a nuestras preguntas, es màs, son la existencia de nuestras respuestas esperando que las tomemos para asirlas a nosotros. Asì que lo menos que podemos hacer es contarlas , es asi que la existencia nuesttra estarà asegurada, ya que mientras la memoria hable de que estuvimos en este suelo un dia, viviremos siempre. Como nos lo muestran los cuentos a travez de lo largo de la civilizaciòn.

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