lunes, 7 de abril de 2014

TUTSIS / HUTUS:
¿UN TRÁGICO INVENTO COLONIAL?

Por: Javier  Fernando  Miranda  Prieto

El genocidio en Ruanda, produjo la reelectura de la historia de la colonización europea en ese continente.
Constatando que con la llegada de los europeos, se creó el étnicismo, al promover y exacerbar las diferencias,
que eran menores, entre los distintos grupos humanos, antes de la llegada de los colonizadores.

Ochocientos mil muertos, cien mil huérfanos y tres millones de refugiados fueron el trágico saldo del extremismo y fanatismo que enfrentó a tutsis y hutus en la lejana Ruanda. Es difícil en un artículo hacer justicia sobre este trágico acontecimiento  que avergonzó al mundo, pero se puede tratar de explicarlo. 

Pueden rastrearse explicaciones: en la desesperada presión por la tierra, en la pobreza rural intensificada por el colapso del precio mundial del café o en la determinación de un grupo privilegiado por retener sus posiciones de dominio. Estos elementos agregaron combustible al fuego. Pero la chispa del genocidio está en la ideología racial extremista de dos etnias enfrentadas por décadas, tratando de detentar el poder.

Todos los conocedores de la historia africana coinciden en afirmar que en África fue la colonización, la llegada de los europeos, la que creó el etnicismo o tribalismo al promover y exacerbar las diferencias, que eran menores, entre los distintos grupos humanos al momento de la llegada de los colonizadores. La armonía preexistente a la era colonial, habría quedado rota con esta inyección interesada de racismo.

Esto es lo que habría sucedido en Ruanda, donde hutus, tutsis y los minoritarios twa convivían, antes de la llegada, primero de los alemanes y luego de los belgas, en una forma armoniosa, en una complementariedad de roles económicos y sociales.

Siguiendo la consigna colonialista de “divide y vencerás”, los conquistadores europeos aprovecharon de esas categorías que impusieron y las cargaron de racismo. La minoría tutsi fue identificada como una aristocracia que gobernaba un Estado colonial apoyado por los invasores extranjeros. Mientras la mayoría hutu fue etiquetada como campesinos, consignada a una vida de trabajo y alejada de toda posibilidad de educación o participación política. Con la independencia de Ruanda, se impuso la mayoría hutu y los tutsis fueron considerados casi como extranjeros en su propio país.

Desde ese momento, fue en vano gritar que hutus y tutsis no eran grupos étnicos separados. Sesenta años de gobierno colonial aliado de los tutsis y cerca de 35 años de supremacía hutu tras su independencia -que envió al exilio a más de la mitad de la población tutsi- cambiaron radicalmente la relación entre ellos.

Las raíces y responsabilidades últimas del genocidio ruandés, de hace más de dos décadas, estarían en esta invención europea del conflicto tutsi/hutu. Es más, en la actualidad, no estaríamos hablando de un genocidio, sino de varios, en tiempos distintos y con victimas diferentes. En primer lugar, el menos recordado, el genocidio que enfrentaron tanto los hutus y tutsis desde su independencia, los fuertes enfrentamientos armados entre un Estado hutu y una bien armada guerrilla tutsi refugiada en territorio ugandés, con asesinatos y matanzas, teniendo a víctimas y victimarios en ambos bandos, intercambiándose los roles.

        “La colonización europea en África exacerbó
      las diferencias étnicas y tribales de los africanos”

       “La armonía preexistente habría quedado rota
              con la inyección interesada de racismo”

A pesar de varios acuerdos, desde los años setenta, los tutsis acantonados en Uganda nunca consiguieron volver a su tierra natal. Su vanguardia político-militar, el Frente Patriótico Ruandés -FPR- incursionaba recurrentemente por el norte del país, dejando una secuela de destrucción y muerte en la población hutu, quienes tuvieron que huir de esas tierras y migrar hacia el sur, hacia la ciudad de Kigali, capital del país. Estas invasiones coincidieron, por esos tiempos, con los drásticos programas económicos puestos en práctica con el aval del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, agravando el desempleo y empobreciendo aún más al medio rural y con ello polarizando y agudizando la violencia armada entre las comunidades en pugna.

Jóvenes tutsis guerrilleros reciben entrenamiento en los campos de refugiados
en Uganda, preparando el retorno.
Había comenzado una cruenta guerra, que ahora nadie quiere recordar, pero que es el referente histórico en que se inscriben los posteriores crímenes atroces. La comunidad internacional, muy presta impuso sanciones militares y económicas al gobierno ruandés, por combatir esta invasión de los rebeldes, pero los Estados Unidos, Inglaterra e Israel siguieron apoyando con armas y dinero a los rebeldes del FPR que operaban desde Uganda. Configurándose una alianza, que se prolongaría años después, cuando los tutsis tomaron venganza y dirigieron todo su aparato militar contra la población hutu.

El segundo genocidio, el más publicitado, el que ocurrió en 1994, el que duró cien días de brutal exterminio tutsi y que también persiguió a los hutus moderados que no quisieron empuñar un machete y degollar a su vecino tutsi. Ese genocidio fue la expresión más despiadada de esa vieja instrumentación de las particularidades sociales que han solido utilizar en diferentes épocas y con los mismos fines las potencias coloniales. Si bien es evidente, que este genocidio fue cometido por ruandeses, semejante crimen sin embargo, solo fue posible porque anteriormente la sociedad ruandesa fue irremediablemente desestructurada por la inoculación de interesadas concepciones y categorías étnicas y que fue asumida por Ruanda, como parte de su nefasta herencia colonial.

      “Las raíces y responsabilidades del genocidio
         ruandés, estarían en la invención europea
                      del conflicto tutsi/hutu”

La planificada represalia de los hutus del año 1,994, tuvo un problema inicial: ¿Como distinguir a sus víctimas? No se podía hacer a través del idioma o de la ubicación territorial, además las diferencias físicas habían sido, con el transcurrir del tiempo, ya atenuadas. Adicionalmente, chequear los documentos llevaba tiempo y la velocidad se asociaba con el éxito de la operación.

Columnas de las FPR, el brazo armado de los tutsis, ingresan a Kigali, dando
inicio al otro genocidio, al genocidio olvidado.
Según los testimonios recogidos, por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda -TPIR- los extremistas resolvieron el asunto movilizando a por lo menos un soldado cada diez casas a lo largo de todo el país, de manera tal que cada familia tutsi podía ser señalada por una persona que los conociera personalmente. De allí que maestros  hayan matado a chicos de sus escuelas, clientes a comerciantes y vecinos a vecinos. Masacrar era un deber civil. El gobierno hutu perfeccionó la tecnología del genocidio, la imaginación puesta al servicio de una causa infame y atroz.

Hay que recordar, que la chispa que detonó esta explosión demencial de violencia fueron los acuerdos de Arusha, firmados en Tanzania un año antes, donde se contemplaba un reparto del poder entre el gobierno, los rebeldes del FPR y los partidos de oposición. Añadido a esto, otro detonante del conflicto fue el misterioso atentado que costó la vida a los presidentes de Ruanda y Burundi, en el que según el diario belga Le Soir estuvieron implicados militares franceses. La alianza formada por los tutsis y las grandes potencias, habría incluido también a Francia, quien prestó su apoyo logístico y militar al FPR, para perpetuar el doble magnicidio, logrando con ello el pretexto perfecto para empezar la arremetida final contra el gobierno hutu e instalarse en el poder.

           “Con el triunfo de los tutsis, se pone fin al
    genocidio oficial. Porque de las brutales represalias
    contra los hutus, de ese genocidio solo hay silencio”

Con la entrada de los guerrilleros tutsis del FPR a la ciudad de Kigali se puso fin al llamado “genocidio oficial”, aquella matanza que solo reconoce la historia. Porque de las brutales represalias tutsis contra los hutus, de ese genocidio solo hay silencio. Los jefes militares del FPR pasaron a ser el gobierno oficial de Ruanda, desde esa posición siguieron persiguiendo y asesinando a los refugiados hutus, que habían huido en estampida de las ciudades para refugiarse en la antigua Zaire. Desde ese momento empezó el genocidio hutu, el no reconocido por la historia oficial, ¿Por qué? Porque simplemente estas acciones estuvieron apoyadas militar y diplomáticamente por las grandes potencias, porque las empresas transnacionales mineras, que tienen muchos intereses económicos en la región de los grandes lagos (República Democrática del Congo, Uganda, Ruanda y Burundi) tenían que estabilizar esta estratégica región y el FPR le era muy funcional para sus intereses.

El FPR con la protección de las potencias occidentales, empezó a atacar campos
de refigiados hutus, donde murieron mujeres, niños y ancianos. 
El FPR con ese paraguas protector, empezó a atacar con armamento pesado campos de refugiados enteros con cientos de miles de niños, mujeres, ancianos y enfermos. Organizó escuadrones de la muerte que asesinaban selectivamente a determinadas personas hutus: políticos, académicos, periodistas, abogados, sacerdotes, empresarios. La crema de la sociedad civil hutu fue aniquilada en pocos días. Como si quisieran borrar todo vestigio del pensamiento y la cultura hutu.

Esas masacres, que primero se escudaron en que eran para vengar el genocidio “oficial”, en cazar a los genocidas que habían huido al Congo, en eliminar la amenaza de que volvieran internar retomar el poder, eran llevadas a cabo abiertamente por el ya oficialmente ejército ruandés, ante la mirada pasiva de la comunidad internacional y de la ONU y sirviéndose de la ayuda económica, militar y de cualquier tipo de las grandes potencias y en especial de los Estados Unidos.

En Ruanda hace más de veinte años, estuvo en juego mucho más que la supervivencia de dos comunidades irreconciliables. El objetivo de los asesinatos en ambos bandos, era la “solución final” de la amenaza a su poder. Una rivalidad y encono por el poder que había sido inoculado perversamente al tejido social ruandés por las potencias coloniales, como un hábil instrumento de dominación.

El genocidio de Ruanda, viéndolo a la distancia, concluyó sin vencedores, los asesinos de ambos bandos no lograron exterminar a sus ficticios enemigos raciales, el genocidio (la destrucción total de un pueblo étnico o racial) fracasó. Los asesinos fracasaron no por las tropas de la ONU o por la presión internacional; la derrota del genocidio se logró por el instinto de sobrevivencia de ambos pueblos y no por una victoria de los derechos humanos, ni mucho menos por las organizaciones internacionales que debían defenderlos.






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