¿PARA QUÉ EXISTEN LAS NACIONES UNIDAS?
Por: Javier Fernando Miranda Prieto
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Mientras en las NN.UU se negocian resoluciones ambiguas, niños gazatíes mueren bajo los escombros, mientras se celebran conferencias en la ONU, poblaciones palestinas son borradas del mapa. |
La continuación del brutal genocidio en Gaza y la vil impunidad
que siguen gozando sus perpetuadores, ha reactivado una interrogante cuya
vigencia resulta cada vez más pertinente: ¿Para qué existen las Naciones Unidas?
La pregunta, formulada con gran lucidez por Fidel Castro ante la Asamblea
General en 1979, sigue flotando como un eco incomodo en medio del naufragio ético
del orden internacional. ¿Para qué existe
entonces la civilización? ¿Para qué sirve la conciencia del hombre? ¿Para qué
sirven las Naciones Unidas? ¿Para qué sirve el mundo?, inquiría el líder
cubano con la vehemencia de quien entendía que aquella institución, nacida del
trauma de la Segunda Guerra Mundial, no había sido concebida para democratizar
el poder, sino para administrarlo.
Han pasado más de cuatro décadas y los hechos históricos han
respondido con crudeza. La ONU no ha
sido capaz de frenar los crímenes de guerra, ni de proteger a los pueblos, ni
de garantizar un mínimo de justicia internacional. En cambio, ha funcionado
como coartada institucional de poder imperial. Su estructura, lejos de ser
neutral o humanitaria, está diseñada para blindar a las potencias hegemónicas frente
a cualquier rendición de cuentas. El Consejo de Seguridad, órgano central de decisiones,
consagra el derecho al veto como herramienta de dominación: cinco Estados (EE.UU, Rusia, Inglaterra, Francia
y China) deciden qué guerra es legítima, que crimen es tolerable y que pueblo
merece ser escuchado o ignorado.
No es una disfunción, es una arquitectura aceptada. La ONU,
tal como está concebida, no ha sido derrotada por sus limitaciones, ha sido
fiel a sus verdaderos propósitos. En la actualidad, en Gaza, la maquinaria del
genocidio actúa con total impunidad, amparada por el veto de Estados Unidos,
mientras hospitales, universidades y refugios son reducidos a escombros. El
mundo observa, documenta, denuncia. Pero nada se detiene. El escudo del infame
veto neutraliza cualquier intento de legalidad.
“La ONU no ha sido
capaz de frenar
los crímenes de guerra, ni de proteger a los pueblos,
ni de garantizar un mínimo de justicia internacional”
El Secretario General, António Guterres ha manifestado su “profunda
preocupación” y ha llamado a un alto al fuego. Pero ha evitado cuidadosamente
nombrar el crimen por su nombre: genocidio. No por ignorancia, sino por cálculo.
No por falta de pruebas, sino por exceso de presiones. En este contexto, su
figura no encarna una conciencia moral global, sino una prudencia diplomática
incapaz de enfrentarse al poder real. Su silencio no es neutral, es funcional.
La ONU no calla por impotencia, sino por conveniencia.
Mientras se negocia el lenguaje de resoluciones ambiguas,
niños gazatíes mueren bajo los escombros; mientras se celebran conferencias
para explorar salidas sostenibles, poblaciones palestinas enteras son borradas
del mapa. El aparato multilateral se ha convertido en una escenografía cínica,
donde la diplomacia opera como simulacro y el derecho internacional se aplica selectivamente,
según convenga a los intereses de los poderosos.
La historia reciente lo confirma: la ONU no detuvo la
invasión de Irak ni la ocupación de Afganistán. No evitó el colapso de Libia,
ni la catástrofe humanitaria en Siria. No ha puesto fin a los bloqueos ilegales
a Cuba, Venezuela o Gaza. No ha impedido el saqueo sistemático a los países del
África subsahariana ni la expansión sin freno de la OTAN. Su papel, más que
garantizar la paz, ha sido administrar la impunidad.
“En Gaza, el genocidio actúa
con total
impunidad amparado por
el veto de los EE.UU,
mientras hospitales y refugios se reducen a escombros”
Ya en 1964, en su histórico discurso ante la propia Asamblea
General, Ernesto Che Guevara lo advirtió con crudeza: “Esta gran entidad que es la ONU ha fracasado en su intento de llevar
la paz al mundo”. Con claridad profética, el Che denunció la hipocresía de
las potencias que hablaban de paz mientras financiaban masacres. “El imperialismo ha cometido y comete crímenes
horrendos en todas partes del mundo”. Hoy, su advertencia resuena con idéntica
urgencia.
La necesaria reforma de las Naciones Unidas no puede
reducirse a un simple ajuste de procedimientos ni a una redistribución cosmética
de escaños. Implica desmantelar con urgencia el derecho de veto, democratizar el sistema de toma de decisiones
y someter a todas la naciones, grandes o pequeñas, al amparo de una legislación
internacional justa. Para que haya paz, debe de haber justicia; y para que haya
justicia, debe existir equidad y verdad. Esa verdad -incomoda y evidente- que
es el actual sistema multilateral, que no representa a los pueblos del mundo,
sino a las elites que gobiernan sobre ellos.
Hasta que no se transforme radicalmente la arquitectura
institucional de las NN.UU, la pregunta de Fidel seguirá resonando no como una
simple crítica, sino como una acusación moral contra todo el orden
internacional fallido: ¿Para qué existen
las Naciones Unidas? Si no es para detener un genocidio, si no es para
evitar la guerra, si no es para proteger a los débiles del abuso de los fuertes….entonces,
quizás existen para nada.