miércoles, 7 de septiembre de 2022

 BURKINA FASO: ENTRE EL CAMBIO CLIMÁTICO Y LA VIOLENCIA ARMADA 

En los últimos cuatro años Burkina Faso ha debido de enfrentar a las milicias de Al Qaeda
y del Dáesh (Estado Islámico).

Por:  Javier Fernando Miranda Prieto

Décadas de cambio climático y años de una violencia cada vez mayor por parte de grupos armados yihadistas, estarían precipitando a un país como Burkina Faso, hacia una hambruna generalizada y una emergencia humanitaria sin precedentes. Como sabemos, la región del Sahel, una extensión árida situada al sur del desierto del Sáhara, zona en la que está situado este país del África occidental, es uno de los territorios del mundo más afectadas por el cambio climático. Aproximadamente el 80 % de la tierra agrícola del Sahel está degradada debido a unas temperaturas que han ascendido 1.5 veces más rápido que la media mundial, según el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Esta árida región africana y en especial Burkina Faso, se ha visto afectada por el aumento de la magnitud e intensidad de las sequías, las olas de calor, los fuertes vientos y las tormentas de polvo. En este informe también se señala, que más de una tercera parte de la tierra de Burkina está degradada, más que otro país de la zona y esa degradación avanza a un ritmo de 360 mil hectáreas al año. Ante estas condiciones climáticas adversas, que se veían venir y que ningún país de la región hizo nada para poder evitarla, ahora Burkina Faso alberga a más de dos millones de personas que sufren una inseguridad alimentaria grave, frente a más de 680 mil que se calcularon el año pasado por estas fechas, una cantidad mucho mayor que las que tiene sus vecinos como Mali o Níger. En las provincias del norte, como Loroum, se espera que la situación nutricional siga siendo grave hasta fin de año, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación FAO.

Esta devastación climática y económica en este país del oeste africano, lamentablemente no se encuentra entre las prioridades del gobierno militar impuesto el pasado mes de enero de este año, dirigido por el Presidente Paul-Henri Sandaogo Damiba, más preocupado en estabilizar su gobierno, ante las amenazas de la diplomacia francesa, quien ha visto disminuir su influencia política en esta región africana.

Esta crisis climática y alimentaria, ha ido acompañada de un largo e interminable conflicto armado en la zona. Tras la invasión de Libia por los ejércitos de la OTAN en el 2011 y el golpe de Estado militar de 2012 en el vecino Mali, donde varios grupos armados se aprovecharon de la inestabilidad política y tomaron el control del norte de este país, desde entonces la violencia regional ha llegado a unos niveles sin precedentes y ha provocado una atroz crisis humanitaria en Mali, Niger y Burkina Faso. Según la ONU, hay más de un millón de personas desplazadas desde estos tres países.

 “Jóvenes sin esperanzas podrían ser los futuros adeptos a

                    los más radicales discursos fundamentalistas”

Desde los últimos cuatro años, Burkina ha debido de hacer frente a una violencia armada cada vez mayor, por parte de grupos armados yihadistas vinculados tanto a Al-Qaeda y al Dáesh (Estado Islámico) como a fuerzas de defensa locales (una mezcla de voluntarios armados por el gobierno y grupos que han tomado las armas por su cuenta), en donde la violencia ha generado una dinámica propia. Situación que se agudiza con la presencia en la zona de elementos del llamado ISIS-K (Estado Islámico-Khorasán), la vertiente más radical de las huestes del extinto Al-Bagdadi y quienes se han plantado firmes ante los Talibanes en Afganistán.

A lo cual se debe de sumar los estragos económicos y sociales que han dejado en la población rural burkinabé la pandemia del COVID-19 y una violencia extremista que está generando una devastación, particularmente en el norte, cerca de la frontera con Malí, lo que ha obligado a casi un millón de personas a  abandonar esa región.

Se suele vincular la violencia en el Sahel, además del factor yihadista, con la competencia por los recursos naturales, aunque los observadores internacionales advierten que el gobierno y los grupos de ayuda deben abordar el cambio climático desde una perspectiva diferente a la hora de proporcionar soluciones a las comunidades. Es esencial luchar contra el cambio climático y sus efectos, lo que incluye una mayor preocupación sobre la tierra, en particular en las zonas rurales más empobrecidas, lugares en donde, coincidentemente, jóvenes desarraigados y sin esperanzas podrían ser los futuros adeptos a los más radicales discursos fundamentalistas.

 


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