lunes, 5 de septiembre de 2022

RD DEL CONGO: ¿HABRÁ UNA  LUZ  AL FINAL  DEL  TÚNEL? 





Cinco millones de muertos, dos millones de personas desplazadas en menos de dos décadas y el conflicto congoleño continúa en medio de la indiferencia mundial y el mutismo de la prensa internacional. Es un "escándalo geológico", de un país con una riqueza mineral y una población postrada en la pobreza. Las causas principales: el voraz apetito tanto de las potencias occidentales como de las empresas transnacionales mineras, la violencia étnica estimulada por las vecinas Uganda y Ruanda y el “cinismo de la geopolítica”. Sumado a ello, la intemperancia de gobiernos dictatoriales que durante largas décadas se empecinaron en aferrarse al poder ilegalmente y que ahora con un presidente elegido por elecciones, pero deslegitimado por su accionar anti-democrático, se enrumba hacia un futuro incierto, sin desmarcarse debidamente del lastre del militarismo ni de la influencia de los intereses transnacionales. 

La RD del Congo está enclavada en una zona de gran valor geopolítico, la región de los Grandes Lagos y particularmente la provincia de los Kivú (norte y sur). La martirizada provincia congoleña, es considerada como parte activa de un sistema regional de conflictos. Hay que tener en cuenta que esta recurrente situación de violencia, se constituye en una importante traba para la reconstrucción y viabilidad como nación y una amenaza para la estabilidad de toda la región. Hoy más que nunca Kivú se puede convertir en el polvorín del África central. 

Un conflicto que debe afrontar factores externos que lo condicionan y lo preservan, como la no solucionada dialéctica étnica; la situación demográfica; los intereses económicos contradictorios, generados por las grandes potencias y las empresas extractivas y el valor estratégico del país, por la presencia de ingente recursos minerales. La RD del Congo posee y explota una gigantesca reserva mineral compuesta por cobalto, coltán, oro, cobre, uranio y, además, posee una de las mayores reservas forestales del planeta. Podemos decir que es un país rico. Pero por otro lado, el desempleo, la pobreza y el hambre transforman al Congo Kinshasa en uno de los peores países del mundo para vivir.  

Esa inmensa contradicción es posible por la presencia de milicias que impunemente matan todos los días y la presencia de las tropas de la ONU conocidas como Monusco, que son cómplices directas de esta violencia. Sin dejar de lado el factor político, condicionado por el gobierno del presidente Félix Tshisekedi, que ha impuesto un Estado de sitio en las zonas de mayores conflictos, criminalizando las luchas sociales y proscribiendo a organizaciones de la sociedad civil. Un gobierno anti-popular que ha creado lazos perversos con los sectores militaristas, restringiendo su margen de maniobra y limitando su accionar democrático. Muchos de los conflictos más sangrientos que se han vivido en África, como los de: Angola, Mozambique, Sierra Leona o Liberia han terminado, dejando atrás un difícil periodo de post-guerra. En algunos casos -Angola y Mozambique por ejemplo- la guerra y la fase de post-guerra fueron reemplazadas por un gran dinamismo económico, para convertirse ambos países, en las principales áreas de atracción de inversión extranjera directa en África. 

Pero otras zonas de violencia persisten en el continente y otras se han disparado aún más en los últimos años. Los conflictos en Sudán del Sur, Somalia, República Centroafricana y el norte de Nigeria, como las grandes agitaciones armadas que afectan a varias naciones de la región del Sahel, como Burkina Faso, Níger, Camerún, Chad o Mali, que después de la guerra en Libia y el despertar del yihadismo, siguen socavando la estabilidad del continente africano, representando una pesada roca en el camino hacia la consolidación de los resultados económicos alentadores de la última década. Pero de todos los conflictos africanos en alza, la interminable como casi olvidada guerra civil que se vive en la RDC, es la más difícil de abordar y dar solución por la gravitación de sus estratégicas y codiciadas riquezas naturales. 

La solución definitiva para esta violencia sin fin, como la que vive este país, no solo tiene que ver con estrategias militares, con planes ofensivos o con más represión contra la población civil; la paz para el Congo pasa principalmente por un dialogo político con Ruanda, el expansionista y agresivo vecino del Congo; por una autentica salida política al problema de los refugiados hutus; por el retiro definitivo y sin condiciones de todos los grupos armados provenientes de Ruanda y Uganda; pero sobre todo, por una verdadera transformación del Estado congoleño, una transformación en que la población tome parte en las decisiones políticas, en la distribución y acceso a sus recursos naturales y en las decisiones que involucren el pleno respeto a sus derechos de participación política y libertades democráticas. Solo con estas mínimas condiciones se podría vislumbrar en el Congo una luz al final del túnel.

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