EL “GRAN ISRAEL”: ENGENDRO FASCISTA
Por: Javier Fernando Miranda Prieto
En pocas palabras el “Gran Israel” no es un proyecto político,
es un delirio fascista e imperial. Benyamin Netanyahu y gran parte de la clase política
israelí, lo presenta como una misión “histórica y espiritual”, pero en realidad
es el mismo sueño colonial disfrazado con una burda retorica bíblica. En su versión
este “Gran Israel” absorbería territorios palestinos y extensas zonas de
territorios árabes colindantes (en África: parte de Egipto, la costa de Sudán,
el norte de Etiopía. En el Medio Oriente: Líbano, Siria, Jordania, Irak, Irán,
y gran parte de la Península Arábica), borrando fronteras y de paso, exterminando
pueblos enteros.
Es el equivalente moderno del Lebensraum o “espacio vital” que prometía Adolf Hitler en sus mil años
de nazismo, expansión por la fuerza, supremacía étnica y la ilusión de un
destino manifiesto grabado en piedra….o mejor dicho en bombas.
Y aquí reside la cruda y aterradora verdad. Como lo mencioné
en un artículo anterior: las víctimas del nazismo son en la actualidad más
criminales y asesinos que los nazis. No hay un líder mundial más cercano al
pensamiento hitleriano en el siglo XXI que Benyamin Netanyahu, un individuo que
no duda en equiparar el clamor por la libertad del pueblo palestino (“Free Palestine”) con el genocida lema
nazi “Heil Hitler”. Es una bofetada a
la historia, un acto de absoluta perversión moral que revela la mentalidad
supremacista detrás de su proyecto.
“El “Gran Israel” y el “Reich
de mil años” comparten
la misma ambición
territorial, un nacionalismo fanático,
un racismo visceral y
un desprecio por la vida humana”
Netanyaju, al igual que los personajes más oscuros de la
historia, necesita un enemigo perpetuo. Y en este guión, los palestinos son el
perfecto chivo expiatorio. No importa cuántos acuerdos internacionales se
rompan, cuántos niños y niñas mueran, cuantos hogares se reduzcan a polvo, todo
es “legítima defensa” cuando el objetivo final es agrandar el mapa y achicar la
existencia del otro a través de una abierta política de exterminio propia de la
solución final de Adolf Eichmann.
Pero aquí hay un giro digno de una novela política, mientras
dibuja su “Gran Israel” sobre ruinas y cadáveres, Netanyahu también está
dibujando la ruta para su propia sobrevivencia política. Con causas judiciales
abiertas por corrupción, fraude y abuso de poder, sabe muy bien que la paz
seria su peor enemigo.
“Netanyahu no protege
a su pueblo,
lo toma como rehén en
un conflicto perpetuo
para garantizar su propia sobrevivencia política”
Porque en tiempos de calma y tranquilidad política, el
sistema judicial podría hacer su trabajo, en tiempos de guerra la “seguridad
nacional” actúa como un escudo que lo mantiene lejos del cadalso que, en
cualquier democracia funcional, ya estaría esperando por él.
Este es un liderazgo que no se miden en obras o logros, sino
en la cantidad de tierra arrebatada y sangre derramada para sostener una
narrativa mesiánica. Netanyahu no protege a su pueblo, lo toma como rehén en un
conflicto perpetuo para garantizar que su trono siga ocupado y sus manos,
aunque manchadas, sigan libres.
Al final, el “Gran Israel” y el “Reich de mil años” comparten
la misma fórmula: una ambición territorial sin límites, un nacionalismo
fanático, un racismo visceral, una teocracia inmoral y un desprecio absoluto
por la vida humana. La única diferencia es el decorado, ayer eran desfiles con
estandartes y antorchas, hoy son conferencias de prensa, gráficos de mapas e
impúdicas cumbres de líderes.
Pero el resultado es el mismo, destrucción, muerte y la
arrogancia de creer que el mundo entero debe adaptarse a la visión de un solo
hombre y una deleznable ideología: el sionismo, pensamiento fascista que la
misma ONU condenara en 1975 en la Resolución 3379 como una forma de racismo, equiparándolo
al apartheid sudafricano.
Netanyahu no es un estadista, es un parásito político que se
alimenta del conflicto y cuyo perverso objetivo final es la creación de ese engendro
fascista llamado el “Gran Israel”.
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