Friday, November 28, 2025

 

ÁFRICA Y LA DEUDA EXTERNA:

ENCADENADOS A LA POBREZA

Por: Javier F. Miranda Prieto 

El FMI y el BM no tienen una salida creíble para los países africanos. Ha llegado el momento de exponer el mecanismo
perverso de la deuda externa. Liberemos a África de un sistema diseñado para mantenerlo encadenado a la pobreza.

El 29 de julio de 1987, en la cumbre de la Organización de Unidad Africana OUA en Addis Abeba, Thomas Sankara lanzó uno de sus discursos más lúcidos y peligrosos de la historia contemporánea africana. Allí instó a los países africanos a “rechazar colectivamente el pago de la deuda externa”, calificándola como un mecanismo de recolonización. Su frase más icónica: “Si pagamos la deuda, moriremos. Si no la pagamos, tampoco no moriremos”, fue más que un diagnostico económico: fue una sentencia de cómo la deuda sirve como arma geopolítica. Muchos analistas consideran que esta posición radical sello su destino. Y lo cierto es que, desde entonces, casi todos los líderes que osaron desafiar a los “mercaderes de la deuda” fueron eliminados o neutralizados.

Las instituciones financieras creadas en Bretton Woods en 1944, como el Fondo Monetario Internacional FMI y el Banco Mundial BM, fueron diseñadas para la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Lo lograron con éxito: Europa reconstruyo sus economías, creó Estados de bienestar y sentó las bases de la futura Unión Europea.

Sin embargo, mientras estas instituciones nacían, África seguía bajo dominio colonial. Los pueblos africanos no participaron en la definición de las reglas económicas globales que hoy se les imponen. Este origen excluyente explica por qué: África nunca estuvo contemplada como beneficiaria real. Sus independencias en los años 60 no modificaron los fundamentos de dicho sistema. Y las instituciones internacionales siguieron respondiendo a intereses occidentales.

               “La actuación del FMI y el BM han tenido

           resultados desastrosos para África y el sur global.

           Los Estados Unidos y Europa han utilizado estos

        organismos para sostener su hegemonía económica

          y geopolítica mediante: Creación de dependencia

           económica y control estratégico de sus recursos”

Durante largas ocho décadas, la actuación del FMI y el BM han tenido resultados desastrosos para África y el sur global. Los Estados Unidos y Europa han utilizado estos organismos para sostener su hegemonía económica y geopolítica mediante: Creación de dependencia económica; imposición de políticas que generan pobreza; endeudamiento perpetuo y control estratégico de sus recursos naturales.

Estas instituciones manejadas por las potencias occidentales, operan con una doble vara: intereses bajos y flexibles para los países ricos, intereses altos y obligaciones severas para África y el sur global. Es una mafia legalizada que funciona a plena luz del día y ante todo el mundo.

El mundo en desarrollo, lo sabe muy bien: salir unilateralmente de esta estructura financiera implica aislamiento, sanciones, desestabilización interna y hasta la eliminación de líderes incomodos. Sankara lo explicaba hace 30 años: “quien rompa las cadenas será decapitado para servir de advertencia al resto”.

La Alianza de los Estados del Sahel AES (Burkina Faso, Mali y Níger) y Senegal, representan ejemplos recientes de resistencia frente a esta maquinaria financiera. Su postura transparenta una verdad que muchos gobiernos africanos han ocultado: los préstamos no se utilizan para los objetivos anunciados; las auditorias internacionales brillan por su ausencia; existe una red de corrupción entre elites del sur y funcionarios de instituciones globales.

Ante esta realidad, las preguntas que atormentan a los ciudadanos son comprensibles:

¿Son legítimas las deudas contraídas por gobiernos corruptos e irresponsables? ¿Cómo se entregan miles de millones sin supervisión real? ¿Quién responde por los desvíos y la corrupción estructural? ¿Deben las futuras generaciones asumir estas deudas o rechazarlas?

                   “Occidente y la OTAN buscan quebrar

               la Alianza de Estados del Sahel AES, porque

               ha creado un Banco de Desarrollo Común,

                   instrumento que reduce la dependencia

                        del FMI, el BM y del Franco CFA”

En octubre de 2025, el FMI exigió a Burkina Faso el pago de una deuda de 15,000 millones de dólares contraída por gobiernos previos al actual liderado por el presidente Ibrahim Traoré. Estos fondos estaban destinados, según el FMI, a la construcción de carreteras, hospitales, escuelas e infraestructura social. El gobierno actual pidió algo simple: demostrar en qué se gastó el dinero. Exigió pruebas tangibles de las obras realizadas.

El Fondo no pudo presentarlas. Frente a la auditoria interna burkinesa, que revelo apenas unas pocas obras inconclusas, la institución financiera intentó reducir el monto adeudado como salida desesperada. Las preguntas son inevitables:

¿Cómo se otorgan 15 mil millones sin ninguna auditoria rigurosa? ¿Cómo el FMI certificó proyectos inexistentes? ¿Quién se benefició realmente de ese dinero?

Para entender el trasfondo de esta situación, es clave recordar que occidente y la OTAN buscan quebrar la Alianza de Estados del Sahel AES, porque ha creado un Banco de Desarrollo Común, instrumento que reduce la dependencia del FMI, el BM y del Franco CFA, moneda impuesta por Francia desde 1945, para asegurar su control económico sobre África Occidental.

Esta presión sobre Burkina Faso no es más que un intento por romper a la AES, igual que ocurrió cuando Mali rechazó préstamos del FMI en febrero de este año. La lección es clara: los países del sur deben encontrar mecanismos soberanos de financiamiento y dejar atrás un perverso sistema financiero diseñado para empobrecerlos, sancionarlos y someterlos.

                     “Beneficios a los países occidentales,

             donde acaba el 70% y 80% del dinero “prestado”.

               El resultado para África siembre es el mismo:

                          deudas en papel y pobreza real”

Por su parte, el gobierno de Senegal, presidido por Ousmane Sonko, líder progresista electo el año pasado, descubrió al llegar al poder que la deuda externa declarada por el mandatario anterior Macky Sall, aliado de Francia durante sus dos periodos de gobierno, estaba manipulada y subestimada. Al confrontar al FMI, Sonko fue ridiculizado por la oposición y por los propios funcionarios del organismo. Sin embargo, en noviembre de 2025 el FMI terminó reconociendo la existencia de una deuda oculta dejada por el gobierno de Sall. Esto revela: Negligencia deliberada del FMI. Complicidad entre elites senegalesas y funcionarios del Fondo. Beneficios a los países occidentales, donde acaba el 70% y 80% del dinero “prestado”. El resultado para África siembre es el mismo: Deudas en papel y pobreza real.

Como vemos, la mayoría de las dudas externas africanas -incluyendo las “independencias” jamás saldadas con Europa-  no solo son injustas, sino que carecen de impacto positivo en los pueblos que supuestamente iban dirigidas. Son deudas de papel: cifras firmadas que no se traducen en desarrollo real, pero sí en: Dependencia eterna. Sumisión política. Pérdida de soberanía económica. Enriquecimiento de elites corruptas. Perpetuación del poder occidental.

La experiencia de Burkina Faso y Senegal demuestra que ha llegado el momento de cuestionarlas abiertamente, exponer los mecanismos perversos de la deuda externa y emprender caminos soberanos que liberen a los pueblos africanos de un sistema diseñado para mantenerlos encadenados a la pobreza.

Tuesday, November 25, 2025

 ESTADOS UNIDOS EN EL CARIBE:

UN PRONTUARIO DE INVASIONES Y CRÍMENES

Por: Javier F. Miranda Prieto 

Con la voladura del Maine, en las costas de Cuba en 1898, los Estados Unidos inauguró sus acciones imperialistas
en tierras latinoamericanas, y el uso de las operaciones de "falsas banderas",
que le servían para invadir un país y adueñarse de sus riquezas. 

Los Estados Unidos a lo largo de su historia cuenta con una extensa lista de “falsas banderas” -operación encubierta en que un país comete un ataque o un atentado y hace que parezca que fue cometido por otro- con el objetivo de atacar o invadir a países que no le son afines o para adueñarse de sus riquezas naturales.

Actualmente, el gobierno de Washington desarrolla esas infames operaciones en contra de la República Bolivariana de Venezuela, para lo cual ha creado todo un maratón de falsas informaciones en las que acusa a las autoridades y dirigentes de ese país de ser narcotraficantes, mientras a la par llena la zona del Mar Caribe frente a las costas de Venezuela de numerosos barcos de guerra, incluyendo submarinos atómicos, destructores y el mayor portaviones del mundo.

Y es que Estados Unidos cuando va intervenir en un país, lo primero que hace es “crear” una justificación mendaz pero con visos de una falsa “realidad”, para que los medios de comunicación los acompañen y de esa forma tratar de convencer a su pueblo y a la comunidad internacional de que resulta completamente necesaria su programada intervención.

La base principal de esa mentira, es mostrar al país, donde ya tienen prevista lanzar las garras del águila, como si allí solo existiera muerte, destrucción y que con la llegada de las fuerzas militares estadounidenses se le devolvería “la paz y la democracia”.    

                    “Washington desarrolla esas infames

                operaciones contra Venezuela, para lo cual

                      ha creado todo un maratón de falsas

            informaciones en las que acusa a las autoridades

              y dirigentes de ese país de ser narcotraficantes”

Son muchas las operaciones lanzadas por Estados Unidos contra diversas naciones del mundo y enumerarlas llevaría un largo tiempo, pero citaré algunas de las más relevantes que dan la medida de la agresividad demostrada por Washington para obtener sus objetivos.

El 15 de febrero de 1898 estalló el acorazado norteamericano Maine, que se encontraba en la bahía de La Habana, con la excusa de realizar una “visita amistosa” a una de las colonias que mantenía España en el Mar Caribe: Puerto Rico y Cuba.

Murieron 266 marines e inmediatamente los medios de comunicación estadounidenses acusaron a España, de haber volado la embarcación con una mina submarina. Dos meses después, en abril, ese hecho sirvió de pretexto para iniciar la Guerra Hispano-Norteamericana. El naciente imperio estadounidense derrotó a las fuerzas españolas y como consecuencia Madrid perdió no solo Cuba sino también Puerto Rico, Filipinas y Guam.

La zona del Caribe frente a Venezuela se ha convertido
en teatro de operaciones pre-bélicas con la llegada de
buques de guerra, portaaviones y destructores.

Prácticamente las fuerzas mambisas (guerrilleros independentistas cubanos) estaban a las puertas de derrotar a los colonialistas españoles después de décadas de enconadas luchas.

Posteriormente, con el pretexto de la doctrina del “Destino Manifiesto” -surgida en el siglo XIX que sostenía que los EE.UU estaba destinado por Dios a expandirse por todo el continente americano-, que cimentó la política imperialista norteamericana, la Casa Blanca intervino militarmente en Haití, Nicaragua y República Dominicana. Inaugurando en tierras latinoamericanas sus acciones imperialistas y el uso de las operaciones de "falsa bandera", acciones militares de inteligencia que les servía para invadir países y enriquecerse con sus recursos naturales. 

Mediante la burda ejecución del incidente del Golfo de Tonkín el 4 de agosto de 1964, en la que Washington acusó al Ejército Popular de Liberación de Vietnam de atacar barcos estadounidenses, se desató otra operación de falsa bandera que dio motivos a la administración de Lyndon B. Johnson para lanzar destructivos ataques contra esta pequeña nación asiática, dando inicio a la larga e infame guerra de Vietnam.

                     “Con el pretexto de la doctrina del

                     “Destino Manifiesto”, que cimentó

                  la política imperialista norteamericana,

           la Casa Blanca intervino militarmente en Haití,

                     Nicaragua y República Dominicana”

Documentos desclasificados en el 2005 por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos determinaron que los informes emitidos durante el conflicto con Vietnam, se habían tergiversado con deliberación y que los agentes a cargo de estas operaciones sabían que era una manipulación. Con esta funesta guerra, Washington quería impedir la influencia de la Unión Soviética y de China en la región asiática (Sudeste Asiático y Península de Indochina).

Años después, con motivo de apoderarse de los ricos yacimientos petrolíferos de Irak (como afirmó en 2007 en sus memorias el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan) y extender su poderío en el Medio Oriente donde existen extensas zonas de hidrocarburos, la Casa Blanca creó una amplia operación de falsa bandera.

El imperio norteamericano y los medios de comunicación hegemónicos occidentales iniciaron una campaña para acusar a Bagdad de poseer armas de destrucción masiva que serían usadas contra los países vecinos y los propios iraquíes. Amparado en esa falsa bandera, en 2003 Estados Unidos y una coalición integrada por el Reino Unido y otros países de la OTAN bombardearon e invadieron el país árabe para eliminar al presidente Saddam Hussein. Aún hoy en 2025 Irak sufre las consecuencias de esa demoledora guerra.

                “En Afganistán el pretexto para la invasión

                   fue la eliminación de Osama Ben Laden

                     señalado como el autor de los ataques

                a las Torres Gemelas en Nueva York el 2001”

Como son insaciables las ansias petroleras de Estados Unidos, el gobierno de Barak Obama demonizó al líder libio Muammar Ghadafi con el fin de derrocarlo. En marzo de 2011, bajo la supuesta masacre de Bengasi, fuerzas de Estados Unidos y la OTAN, con la aprobación y complicidad de la ONU, lanzaron violentos ataques contra el país árabe.

La invasión de la OTAN mató a miles de libios, incluyendo a Gadafi quien fue torturado y asesinado por fundamentalistas islámicos, entrenados y armados por el Pentágono, la CIA, Reino Unido y Francia. La verdadera razón fue que Gadafi quería crear una moneda entre las naciones árabes para sustituir el dominio del dólar.

En Afganistán el pretexto para la invasión fue la eliminación de Osama Ben Laden señalado como el autor de los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York el 2001 y que aún muchos analistas y expertos consideran que fue organizado por el propio gobierno estadounidense y los servicios de inteligencia israelí.

Por eso las innumerables guerras, golpes de Estado y acciones desestabilizadoras dirigidas contra países que no le son afines, dan la medida de la peligrosidad que se cierne actualmente contra la región del Caribe y en especial contra Venezuela pues Estados Unidos durante años ha estado creando informaciones de falsas banderas para demonizar al presidente Nicolás Maduro y a la dirigencia bolivariana, con el único y verdadero objetivo de adueñarse de las reservas de petróleo, oro y otros minerales estratégicos que posee la nación sudamericana.

Cada vez se hace más necesario detener esa enorme amenaza militar intervencionista de Washington contra Caracas además, con el riesgo de desestabilizar todo el Caribe, América de Sur y sin descartar que sus efectos podrían alcanzar al propio Estados Unidos.

Friday, November 21, 2025

YIHADISMO EN EL SAHEL: 

¿QUÍEN ES EL AGRESOR?

Por: Javier F. Miranda Prieto 

La violencia yihadista, ejercida por grupos extremistas islámicos, han sentado sus bases en tres países del sahel,
Mali, Burkina Faso y Níger, consolidándose como el principal foco
del yihadismo a nivel global.

La región africana del sahel atraviesa una grave crisis marcada por la violencia yihadista (ejercida por grupos extremistas islámicos), la pobreza, la inestabilidad política y el surgimiento de gobiernos nacionalistas y panafricanistas, que han generado una fuerte oposición entre sus antiguos aliados occidentales. Burkina Faso, Mali y Níger se han consolidado como el principal foco del yihadismo a nivel global, a la vez que esta amenaza se extiende progresivamente hacia el sur, afectando en distinta medida a cuatro países costeros del Golfo de Guinea -Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín-. Todo ello ocurre en un contexto de creciente competencia geopolítica entre actores externos, como Rusia, China, Turquía, Emiratos Árabes Unidos y la dupla occidental de Francia y Estados Unidos, por ampliar su presencia e influencia en África Occidental, un espacio crecientemente estratégico a escala global.

La matriz del yihadismo mundial se originó en el Medio Oriente, con la creación del Estado Islámico (entre la frontera de Irak y Siria), llevándolos, a partir de 2010, a una situación de debilidad y crisis de liderazgo, debiendo de desplazar sus acciones armadas hacia sus otras filiales o entidades regionales a fines. De entre éstas, las presentes en África estaban ganado fuerza y protagonismo. De los cinco principales focos de inestabilidad en el continente africano (cuenca del lago Chad, Norte de África, Sahel, Somalia y Mozambique) el sahel central estaba experimentando la mayor escalada de violencia vinculada a actores yihadistas en los últimos años. En 2009, las muertes relacionadas con el terrorismo en la región representaban solo el 1% del total mundial, mientras en el 2025 esta cifra ha llegado al 51%. Asimismo, estos grupos insurgentes ejercen un creciente control sobre determinados territorios del continente. Así, desde 2023, el sahel se consolida como el principal foco de actividad yihadista global.  

Desde hace trece años, estos grupos yihadistas concentraron inicialmente sus ataques en el norte de Mali, aprovechando la insurgencia tuareg de 2012, así como los flujos de armas y combatientes llegados desde Libia tras la caída del régimen de Gadafi. Sin embargo, a partir de 2014, aumentaron su frecuencia también en Níger y con especial intensidad, en Burkina Faso. Desde el 2020, se observa un progresivo efecto contagio más allá de esta región africana. El sahel alberga un mosaico de grupos terroristas que siguen una lógica de expansión hacia las costas del Océano Atlántico (Golfo de Guinea). En definitiva, no solamente la amenaza se ha intensificado, sino que también ha aumentado su alcance geográfico, tanto en los países que conforman el sahel central como a nivel regional, en África occidental.

                      “De los cinco principales focos de

                  inestabilidad en el continente africano

                 (cuenca del lago Chad, Norte de África,

                        Sahel, Somalia y Mozambique)

                  el sahel central estaba experimentando

                 la mayor escalada de violencia vinculada

                 a actores yihadistas en los últimos años” 

En la actualidad, la totalidad de los actores yihadistas en la región pertenecen a la órbita de las dos principales ramas del yihadismo global: al-Qaeda y Estado Islámico o Daesh en árabe. Los actores más importantes son la coalición Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes JNIM, por sus siglas en árabe, filial de al-Qaeda y en menor medida, la Provincia del Estado Islámico del Sahel ISSP, según sus siglas en inglés. Ambos compiten entre sí por influencia y control territorial, particularmente en el área de la triple frontera entre Burkina Faso, Níger y Mali.

La coalición JNIM, conformada por bandas armadas como Ansar Dine o Al Morabitoun, es el actor más activo, ya que concentra el 66% de la participación en las acciones terroristas desde 2020. Esta predominancia y ascenso se explica por su fuerte arraigo comunitario y por haber establecido mecanismos locales de financiamiento sostenible.

Sin embargo, a la amenaza yihadista hay que sumarle otro vector a la crisis en el sahel. Desde 2020, esta estratégica región, ha experimentado una serie de golpes de Estado y cambio de régimen político de tono nacionalista y panafricanista. Primero en Mali (agosto 2020 y mayo 2021), luego en Burkina Faso (enero y setiembre 2022), y por último, en Níger (julio 2023). Pese a las diferencias entre contextos nacionales, existe un denominador común: las tres juntas militares explotaron agravios históricos no resueltos contra Francia y contra occidente en general, capitalizando el legítimo descontento generalizado de la población -en particular de la juventud-, presentándose como la única solución para traer seguridad y desarrollo económico, ante la incapacidad manifiesta de los gobiernos anteriores, regímenes corruptos y adictos a los mandatos de occidente,  que no cumplieron con las funciones básicas del estado.

Estos gobiernos militares han creado un proyecto de cambio socio-político que generó arraigo popular y  una fuerte oposición y preocupación en las potencias occidentales.

                   “Los actores más importantes son:

           Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes

            JNIM, filial de al-Qaeda y en menor medida,

         la Provincia del Estado Islámico del Sahel ISSP.

                Ambos compiten entre sí por influencia

                  y control territorial, particularmente

                 en el área de la triple frontera entre

                      Burkina Faso, Níger y Mali”

En este marco, las juntas militares dieron un cambio radical a su política exterior, estrechando lazos con Rusia, China, Emiratos Árabes Unidos y Turquía e interrumpiendo abruptamente la cooperación con Francia, Estados Unidos y otros socios europeos, con quienes las relaciones se encuentran en su peor momento desde la independencia en 1958, en el caso de Burkina Faso, y en 1960, en Mali y Níger.

Los tres países del sahel se unieron en la llamada Alianza de los Estados del Sahel AES, promoviendo alianzas militares, políticas y comerciales con Rusia, China, Irán e incluso con Corea del Norte, quien enviará una dotación de soldados de elite norcoreanos para conformar las escoltas personales de los líderes burkineses, lo que, de profundizarse el rechazo a las políticas pro-occidentales, se estarían cerrando para siempre las puertas de África.

El Sahel es una vasta región africana, situada entre el desierto
del Sáhara al norte y la sabana subsahariana por el sur. Se
extiende del Océano Atlántico hacia el Mar Rojo.

Se sabe que el sahel es importante para occidente, porque los países de la región, especialmente Niger, es esencial para ayudar a detener la migración ilegal hacia Europa. Por otra parte, Francia está deseosa de seguir manteniendo su dominio económico sobre sus antiguas colonias, que se ve amenazado por el creciente sentimiento antifrancés en muchas de ellas, particularmente en Burkina Faso, Mali y Chad. El interés de los Estados Unidos radica principalmente en la seguridad. Washington tiene una base de drones de 100 millones de dólares y mil soldados en la ciudad nigerina de Agadez. El gobierno de Níger ha solicitado a EE.UU que retire sus tropas y cierre la base. Sin mencionar los ingentes recursos naturales que posee estos países africanos: petróleo, gas natural, litio, tierras raras, que son muy apetecibles para occidente.

Asimismo, con la expulsión de Francia de la mayoría de sus antiguas colonias en el sahel y la creciente influencia de estas sobre Moscú, Estados Unidos se enfrenta a un gran dilema. Ante la ausencia de EE.UU y Francia en la región, Rusia y en algunos casos Irán, están ocupando el vacío de poder. Eso pone gravemente en peligro su influencia en la región.

                   “Los dos principales grupos subversivos

                       que operan en esta región africana

                    han resurgido con un fervor renovado,

                    como si un nuevo financista estuviera

                      colaborando e impartiendo órdenes

                      como el verdadero y único agresor”

Ante este panorama, es evidente que Washington no está dispuesto a permitir que esta nueva alianza política-militar en el sahel se consolide y pueda incluir otras naciones, como Chad, Senegal o Guinea Conakry. Ante este escenario de fragilidad y de amenaza, por parte de las potencias occidentales, de tratar de recuperar la iniciativa política en la región, coincidentemente, los grupos yihadistas han intensificado su actividad violentista, ampliado su radio geográfico de acción. Los dos principales grupos subversivos que operan en esta región africana han resurgido con un fervor renovado, como si un nuevo financista estuviera colaborando e impartiendo órdenes como el verdadero y único agresor.  

Cada vez es más evidente, que mientras los países de la AES resisten la envestida de los grupos terroristas, que generan decenas de muertos en el norte de Burkina Faso, centro y norte de Mali, y noreste de Níger, donde aldeas enteras son atacadas dejando numerosos muertos, las inteligencias occidentales trabajan a toda velocidad para desestabilizar desde el interior a los ejércitos de estos países africanos, fraguando divisiones dentro de la cúpula militar, como se vio a principios de año en Mali y Burkina Faso o auspiciando asonadas castrenses como en el caso de Níger, acciones veladas o no tan veladas, que favorecen así el accionar de las bandas yihadistas.

                     “Los tres países del sahel se unieron

                     en la llamada Alianza de los Estados

                    del Sahel AES, promoviendo alianzas

               militares, políticas y comerciales con Rusia,

               China, Irán e incluso con Corea del Norte”

En el caso de las denuncias en Bamako, se anunció la detención de un agente francés que operaba como nexo entre la inteligencia francesa y algunos sectores políticos, económicos y de las fuerzas armadas opositoras a la junta militar de gobierno. Por su parte, las autoridades de Burkina Faso informaron la detención en la capital, Uagadugú, de otro ciudadano francés a fines de julio, que utilizaba como fachada un empleo en una ONG, desde donde aportaba información y asesoramiento a los bolsones golpistas del ejército.  

Desde 2020, la evolución de la amenaza yihadista en el sahel en particular y en el África occidental en general, ha seguido dos tendencias principales: por un lado, la intensificación de la violencia en los países miembros de la AES, con un creciente control territorial por parte del JINM, y más recientemente, del ISSP; por otro lado, su progresiva expansión hacia algunos Estados del Golfo de Guinea, especialmente Benín, Togo y Costa de Marfil. Aunque, en estos países, los grupos insurgentes no han replicado -por ahora- sus estrategias de expansión territorial, su actividad ha crecido de forma sostenida y Ghana experimenta ya efectos indirectos de sus actividades transfronterizas.

Pero la constatación principal del origen de este nuevo impulso violentista de las bandas insurgentes en el sahel, proviene del verdadero agresor en este conflicto, los únicos que quieren detener la marea de cambios que amenaza arrasar para siempre la perversa voluntad colonial de los Estados Unidos y Francia.  

Monday, November 17, 2025

 

MARRUECOS E ISRAEL:

LA MISMA OCUPACIÓN, LA MISMA IMPUNIDAD

Por: Javier F. Miranda Prieto 

La cooperación militar, política y diplomática entre Marruecos e Israel continua a pesar
del brutal genocidio israelí sobre Gaza y la usurpación y explotación de los recursos 
naturales del pueblo saharaui de parte de la monarquía marroquí.

Marruecos e Israel son regímenes gemelos en la ocupación y la represión. El primero mantiene desde 1975 la ocupación ilegal del Sáhara Occidental, el segundo impone a la fuerza desde 1948 un régimen de apartheid y colonización sobre Palestina. Ambos vulneran de forma flagrante el derecho internacional, las Resoluciones de las NN.UU y las sentencias de tribunales internacionales.

En el caso de Palestina, la Asamblea General de las Naciones Unidas, la Corte Internacional de Justicia CIJ y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional han dejado claro que la colonización de territorios ocupados, el desplazamiento forzoso de la población y los ataques deliberados contra civiles constituyen crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. La masacre permanente en Gaza no es un “conflicto armado” sino un genocidio planificado, que busca borrar al pueblo palestino de sus tierras.

En el caso del Sáhara Occidental, la CIJ en su dictamen de 1975, la Asamblea General de la ONU, según Resolución 1514 sobre Descolonización, han afirmado de forma inequívoca que Marruecos no tiene soberanía ni administración legítima sobre el territorio saharaui, y que cualquier explotación de sus recursos naturales sin consentimiento del pueblo saharaui es ilegal. Antecedentes legales y jurisprudencia internacional que no puede desconocer la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU aprobada el pasado 31 de octubre a iniciativa y presión de los Estados Unidos. A pesar de ello, Rabat sigue ocupando el territorio saharaui, reprimiendo a su población y levantando un muro de más de 2,700 kilómetros con minas antipersonales para dividir a familias y comunidades.

                       “La masacre permanente en Gaza

                         no es un “conflicto armado” sino

                      un genocidio planificado, que busca

                 borrar al pueblo palestino de sus tierras”

Ambos Estados comparten algo más que métodos represivos, comparten alianzas políticas y militares. Marruecos ha firmado acuerdos estratégicos con Israel en materia defensa, inteligencia y tecnología represiva, consolidando un eje de ocupación y violencia colonial que amenaza a toda la región.

Frente a esta realidad, no podemos aceptar que Marruecos e Israel intenten lavar su imagen a través del deporte o la cultura. La normalización internacional es su mejor arma: Marruecos con su candidatura mundialista para ser sede de la Copa de Futbol 2030, e Israel con su participación en competiciones musicales y culturales europeas, quieren mostrarse como Estados “normalizados” mientras cometen crímenes de lesa humanidad.

En el caso de Marruecos, este repudio popular contra su política represiva, ha generado desde el pasado mes de octubre, diversas y multitudinarias marchas de protesta contra el gobierno corrupto de Mohamed VI, liderada por el autodenominado “Movimiento Generación Z”. A ojos de la población, la situación de pobreza y corrupción, contrasta con las cuantiosas inversiones destinadas a la construcción de diversas instalaciones deportivas de cara al Mundial de Futbol 2030. En la actualidad, el país norafricano está construyendo tres gigantescos estadios de futbol y renovando o ampliando hasta seis de los ya existentes. Los canticos oídos en las protestas lo dejaban claro: “Los estadios están aquí, pero donde están los hospitales, las escuelas”. Estas protestas también han evidenciado el rechazo social frente a la cada vez más visible política de normalización y estrechamiento de lazos estratégicos entre Rabat y Tel Aviv.

                         “Marruecos no tiene soberanía

                         ni administración legítima sobre

              el territorio saharaui, y cualquier explotación

              de sus recursos naturales sin consentimiento

                          del pueblo saharaui es ilegal”

Como señalábamos en un artículo anterior, el precedente histórico es claro: el aislamiento deportivo y cultural fue una herramienta decisiva para derrotar al apartheid en Sudáfrica. En  la actualidad, frente al apartheid israelí y a la ocupación marroquí, la respuesta debe ser la misma: Boicot a Israel por el genocidio en Palestina; Boicot a Marruecos por la ocupación ilegal y represiva del Sáhara Occidental; Boicot al Mundial de Futbol 2030, que pretende normalizar y legitimar la ocupación marroquí.

La legalidad internacional está de lado de Palestina y del Sáhara Occidental. Lo que falta es la voluntad política y la movilización social. Por eso, se debe de lanzar un llamamiento urgente a los movimientos sociales, organismos internacionales, colectivos mundiales de artistas, deportistas y ciudadanía del mundo consiente: que no se puede legitimar con nuestra presencia ni con nuestro silencio a quienes asesinan, colonizan y roban la tierra de otros pueblos.

Marruecos e Israel son la misma cosa: ocupación, represión, apartheid y genocidio. Frente a ellos, la respuesta es boicot, resistencia y solidaridad internacional.

Wednesday, November 12, 2025

EL CUERNO DE ÁFRICA: NAVEGANDO POR AGUAS TURBULENTAS

Por: Javier F. Miranda Prieto

Los expertos atribuyen la actual oleada de conflictos e inestabilidad en el Cuerno de África a fuerzas externas,
principalmente a la presencia de potencias occidentales, las guerras de los Estados del Golfo
y la creciente influencia de Rusia y China.

A lo largo de la historia, el Cuerno de África ha sido una de las regiones más inestables y conflictivas del mundo, caracterizada por conflictos de larga duración, disputas transfronterizas, extremismo violento, mala gobernanza y prestación deficiente de servicios estatales. Los graves efectos del cambio climático, también han afectado de forma desproporcionada al África subsahariana y han empeorado esta situación. En los últimos años, el Cuerno de África ha experimentado un estallido de turbulencias más complejo y distinto de los anteriores. Esta región atraviesa uno de sus periodos más peligrosos, con conflictos armados interestatales y una mayor fragmentación política.

El valor geopolítico del Cuerno de África se podría definir por su ubicación estratégica como ruta comercial a través del Mar Rojo y el Estrecho de Bab El-Mandeb y su proximidad a dos  zonas vitales: el Magreb a través de Egipto y la región del Sahel por Sudán. Sin olvidar, la creciente competencia de las potencias extranjeras por influenciar en la región. Esta competencia incluye a potencias como: China, Estados Unidos, países del Golfo (Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos) y Rusia, que buscan establecer bases militares y asegurar intereses económicos y de seguridad.

Esta región africana controla una de las rutas marítimas más importantes del mundo, que detenta el 12% y 20% del comercio mundial, conectando con Oriente Medio y el Océano Indico, lo que la convierte en un punto estratégico para el comercio y la proyección de poder. En la actualidad, Etiopía, Somalia, Yibuti y Eritrea, juntos con Sudán y Kenia son lugares de alta violencia política, conflictos armados, insurgencias y violencia de grupos yihadistas como AlShabab.

                  “El valor geopolítico del Cuerno de África

                se podría definir por su ubicación estratégica

                  como ruta comercial a través del Mar Rojo

                         y el Estrecho de Bab El-Mandeb”

Sudán está inmerso en una devastadora guerra civil, que desestabiliza aún más la región. En Etiopía, la secuela de las guerras inter-étnicas con sus provincias autónomas ha dejado al país sumido en la inestabilidad, la fragmentación política y crisis humanitarias. Las tensiones entre Etiopía y Somalia en torno al Memorándum de Entendimiento entre Etiopía y Somalilandia -la provincia que se ha auto-independizado de Somalia-, en torno al acceso de los etíopes al puerto de Berbera, añaden otra capa de complejidad y amenazan la seguridad regional. Además, las tensiones históricas -fronterizas y de acceso al mar- entre Etiopía y Eritrea han reaparecido, algo que obstaculiza la cooperación regional y los esfuerzos de estabilidad.

El Estrecho de Bab el-Mandeb, "La Puerta de las Lagrimas" 
en árabe, es una de las rutas petroleras más importantes
del mundo. Se ubica entre El Cuerno de África
y el Golfo de Adén.

Adicionalmente, la disputa por recursos hídricos, especialmente en torno a la gigantesca presa del Gran Renacimiento de Etiopía es una inacabable fuente de tensión con países vecinos como Egipto y Sudán. Mientras el gobierno de Addis Abeba quiere utilizar este proyecto hidráulico para la industrialización de su economía, Sudán y Egipto temen que la disminución drástica del caudal del rio Nilo, pueda afectar drásticamente su agricultura. La postura de Egipto y Sudán es histórica respecto al uso del agua del Nilo, ya que fue crucial para sus poblaciones desde la antigua civilización de los faraones. Mientras Etiopía se urbaniza e industrializa a costa del uso del agua del Nilo, Egipto y Sudán no podrían vivir con un recorte sustancial de su caudal.

En medio de estos conflictos, el pequeño Yibuti parece destacar como un ancla de estabilidad en las tumultuosas aguas del Cuerno de África. Pero realmente, esta pequeña y antigua colonia francesa, se ha convertido en una clave “plataforma militar” estratégica en África, al albergar las bases militares de varias superpotencias mundiales debido a su ubicación privilegiada. Cerca del Estrecho de Bab el-Mandeb, lo convierte en un punto vital para el comercio marítimo y las operaciones militares globales, alojando en su suelo a bases de Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Japón, Turquía, Reino Unido, entre otros. Como consecuencia de ello, la región es ahora susceptible de sufrir amenazas e injerencias externas, disturbios entre la población y crisis que obstaculicen su desarrollo.

                  “Este déficit de liderazgo es evidente en

                     la prolongada guerra civil en Sudán,

                           las crisis -internas y externas-

                    sin resolver de Etiopía y las tensiones

                   persistentes entre los Estados vecinos”

Los expertos y los actores regionales atribuyen la actual oleada de conflictos, tensiones e inestabilidad en el Cuerno Africano a fuerzas externas, principalmente a la presencia de las potencias occidentales, las guerras próximas de los Estados del Golfo y la creciente influencia de Rusia y China. Sin embargo, los dirigentes de esta región tienen una gran responsabilidad en la situación actual. A pesar de las presiones externas, los líderes regionales han mostrado colectivamente una falta de liderazgo, al no abordar cabalmente las disputas internas y los problemas de gobernanza y no ofrecer un espacio de mediación a los vecinos beligerantes.

Este déficit de liderazgo es evidente en la prolongada guerra civil en Sudán, que ha derivado en un brutal genocidio contra la población negra de las diferentes etnias darfuríes -provenientes de la martirizada región de Darfur-, las crisis -internas y externas- sin resolver de Etiopía y las tensiones persistentes entre los Estados vecinos -Etiopía contra Sudán, Egipto y Somalia; Somalia contra Kenia; Somalia contra Somalilandia y Eritrea contra Etiopía-.

A pesar de sus esfuerzos por mediar y resolver estos conflictos, organizaciones regionales como la Unión Africana UA y la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo del África Oriental IGAD han tenido dificultades para repetir sus éxitos del pasado. El fracaso a la hora de abordar eficazmente las crisis actuales de Sudán y Etiopía pone de manifiesto las limitaciones de estos organismos para gestionar la dinámica cambiante de los conflictos de la región. La lenta aplicación del Acuerdo de Pretoria, sobre la crisis en Etiopía y las posiciones irreductibles enquistadas en los bandos en pugna en la guerra de Sudán, han obstaculizado los esperados Acuerdos de Paz, algo que evidencia la necesidad de enfoques más realistas, integradores y mejor coordinados para la resolución de estos conflictos.

                 “El Cuerno de África aloja en su suelo

                     bases militares de Estados Unidos,

                Rusia, China, Francia, Japón, Turquía,

                           Reino Unido, entre otros”

Mientras el Cuerno de África continúa navegando por aguas turbulentas, el papel de los líderes y las organizaciones regionales y mundiales sigue siendo crucial.  Un liderazgo eficaz, que sepa responder a los anhelos y necesidades de los pueblos involucrados en estos conflictos y unos esfuerzos diplomáticos que respondan a los principios elementales del derecho humanitario serán esenciales para abordar las cusas profundas de la inestabilidad que se vive en esta estratégica región africana. El compromiso de la comunidad internacional para poner freno a la intromisión voraz de las grandes potencias mundiales en esta zona, será vital para garantizar que el Cuerno de África pueda avanzar hacia la paz y la estabilidad.  

Monday, November 10, 2025

 ÁFRICA: ENTRE EL CONTINUISMO Y LA RUPTURA

Por: Javier F. Miranda Prieto

Simpatizantes del activista senegalés Ousmane Sonko y su candidato presidencial Diomaye Faye, símbolos de la
 juventud y de la ruptura con el viejo régimen, llenaban las plazas en Senegal durante la 
campaña electoral en 2024.

En la actualidad, África está emancipándose de los discursos que durante décadas la definieron desde fuera. En los últimos años, una oleada de procesos políticos -muy distintos entre sí- ha quebrado el relato occidental que divide el mundo entre democracias consolidadas y dictaduras inestables. En el continente, esas categorías se resquebrajan. “Democracia”, “golpe de Estado”, “autoritarismo”, todas adquieren sentido propio cuando se miran desde la historia colonial, la estructura económica y las aspiraciones populares de soberanía.

La antigua “Francafrique”, esa arquitectura poscolonial que durante más de medio siglo garantizó que París conservara influencia económica y militar en su antigua zona de dominio, se desmorona ahora a ojos vista: se deshilachan sus redes de clientela, los abusivos acuerdos asimétricos y el nocivo tutelaje militar. La caída de la hegemonía francesa en varios países de la región no es solo simbólica, implica el fin de un modelo donde élites locales necesitaban la dependencia a cambio de estabilidad.

En estos momentos, en capitales como: Bamako, Uagadugú o Niamey, el lenguaje político ya no habla de cooperación o continuidad sino de ruptura. En esos gobiernos, está bien interiorizado: que no hay independencia real mientras su oro o su uranio sirva para financiar a otros países.  

En el sahel, los procesos encabezados por Assimi Goitá (Mali), Ibrahim Traoré (Burkina Faso) y Abdourahamane Tiani (Níger) condensan la ruptura más nítida con el antiguo orden colonial. Desde el 2023, la Alianza de Estados del Sahel AES y su paso a la Confederación del Sahel establecieron mecanismos de defensa, diplomacia y cooperación económica. Por otro lado, Rusia -a través del Africa Corps- y China han ganado espacio e inversiones en seguridad e infraestructura, mientras Emiratos Árabes Unidos EAU y Turquía buscan anclajes logísticos y comerciales en el continente.

                 “En esos gobiernos, está bien interiorizado:

              que no hay independencia real mientras su oro

              o su uranio sirva para financiar a otros países”

Pero no es solo geopolítica, en barrios y aldeas crecen cooperativas, programas de alfabetización y brigadas comunitarias. Esta sensibilidad social explica el apoyo popular. En Mali y Burkina Faso, más del 70% de la gente aprueba la orientación soberanista. En Niamey, pese a las sanciones, persiste la idea que el origen de la junta militar fue una “reacción legitima frente a la humillación occidental”. El sahel funciona como un espejo para el resto del continente.

En Senegal, la ruptura llegó sin tanques y con multitudes jóvenes. La victoria electoral de Bassirou Diomaye Faye y Ousmane Sonko, en marzo de 2024, sintetizó un ciclo de movilizaciones populares que denunciaba corrupción, represión, continuidad y dependencia. “El pueblo senegalés no solo ha votado por un cambio de presidente, sino por un cambio de sistema”, declaró Sonko después de su liberación. El nuevo gobierno anunció la revisión integral de los contratos petroleros, ajustes al código minero y un programa de soberanía alimentaria a través de cooperativas rurales. En política exterior, Dakar estrecha lazos con la Alianza de Estados del Sahel AES y mantiene equilibrios con Turquía y China, a la vez que redefine su relación con la UE. El crecimiento estimado para este 2025 supera el 8%, pero la consiga oficial es clara: “No queremos crecimiento sino justicia social”. Esto refleja una tendencia más amplia: en África, lo democrático se valida con resultados tangibles.

Sudáfrica, por su parte, inauguró en 2024 un ciclo de coalición tras la pérdida de mayoría del CNA. La sociedad civil ha recuperado músculo y fiscaliza a un Estado golpeado por tres décadas de desigualdad, crimen y deterioro de servicios. El desempleo juvenil supera el 45%, la pobreza abarca más de la mitad de la población y la confianza en el sistema cayó -aunque el compromiso con la democracia sigue siendo mayoritario-. Miembro activo de los BRICS, el gobierno de Pretoria impulsa debates sobre alternativas financieras y se ofrece como puente entre la SADC -Comunidad de Desarrollo del África Austral- y el sahel. La pregunta que se hacen los sudafricanos ya no es ideológica, sino material ¿Puede el pluralismo político traducirse en servicios, empleo y seguridad?

                     “La caída de la hegemonía francesa

            en varios países de la región no es solo simbólica,

             implica el fin de un modelo donde élites locales

         necesitaban la dependencia a cambio de estabilidad” 

En Egipto, el “autoritarismo estabilizador” de AbdelFattah al-Sisi, luego de doce años, muestra fatiga. Las recetas del FMI han generado una devaluación y una inflación por encima del 30%, exigiendo recortes que elevan el costo de vida. El Cairo intensifica vínculos con Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, mientras diversifica alianzas con Rusia y China en el marco de los BRICS. La legitimidad del régimen no descansa en urnas electorales competitivas sino en su promesa de estabilidad macro y megaproyectos; pero sin mejores salarios y más empleo, esa promesa pierde atractivo.

Etiopia, vive una paz incompleta y agotada. La firma del Acuerdo de Pretoria del 2022, no resolvió las disputas territoriales ni los choques étnicos en Amhara y Oromía; los desplazados internos por estos conflictos superan los 4 millones. El intento de reactivar el “milagro industrial” incorpora un acuerdo de acceso al puerto de Berbera en Somalilandia -provincia rebelde somalí-, lo que elevó tensiones con Somalia. La inflación ronda el 25% y la presión humanitaria condiciona cualquier reforma. Etiopía confirma que sin recomposición estatal -respeto a las minorías- no hay desarrollo ni democracia sostenible.

Mali, Burkina Faso y Níger, condensan la ruptura más nítida
con el antiguo orden colonial, la AES coordina mecanismos
de defensa, diplomacia y cooperación económica

Camerún y Costa de Marfil representan el límite de las democracias de baja intensidad. En Yaundé, Paul Biya con sus 92 años, fue nuevamente elegido en elecciones fraudulentas, mientras el conflicto anglófono continúa. En Abiyán, Alassane Ouattara sostiene crecimiento macro y cercanía con París y Washington, pero con desempleo juvenil elevado y libertades democráticas disminuidas. Ambos casos prolongan el continuismo, a través de un contrato postcolonial que intercambia estabilidad por subordinación y muestran por qué las juventudes descrean de las alternancias administradas desde arriba, apostando por la ruptura con el viejo sistema.

                   “En estos momentos, en capitales como:

                          Bamako, Uagadugú o Niamey,

              el lenguaje político ya no habla de cooperación

                          o continuidad sino de ruptura”

En Chad, Mohamat Idriss Déby consolidó en 2024 una sucesión dinástica bajo tutela militar y respaldo francés. El ejército chadiano es el más numeroso, mejor equipado y profesionalmente, con mayor preparación, del África subsahariana. Este país continúa como pivote logístico occidental en el sahel, mientras la pobreza supera el 45% y los servicios públicos colapsan. Las movilizaciones populares de 2022 y 2024, duramente reprimidas, dejaron una huella de duelo que erosiona la seguridad y el control. La continuidad del viejo guion francafricano convive con un malestar juvenil que observa, con atención, el modelo rupturista y emancipador iniciado en el sahel.

                   “En Mali y Burkina Faso, más del 70%

             de la gente aprueba la orientación soberanista.

                      El sahel funciona como un espejo

                          para el resto del continente”

Mozambique condensa el fallo del modelo extractivo. A las protestas postelectorales de 2024 -con centenares de muertos- se sumaron en las últimas semanas de octubre de este año, nuevas manifestaciones en Maputo y Beira contra la inflación y el fraude electoral, reprimidas con bala y al menos con 17 fallecidos. En paralelo, la región gasífera de Cabo Delgado acumula más de 850 mil desplazados por la insurgencia yihadista. Las operaciones de gas de grandes multinacionales avanza intermitentemente sin derramar beneficios sobre la población.

Madagascar sintetiza el agotamiento del viejo orden postcolonial y el nuevo ascenso generacional. En octubre de 2025, tras semanas de protestas por cortes de servicios, carestías y corrupción, el presidente Andry Rajoelina abandonó el país ante el avance de movilizaciones lideradas los jóvenes congregados por la llamada Gen Z Madagascar. La Unión Africana UA suspendió temporalmente a la isla, mientras un Consejo Militar de Transición prometió “comicios libres y sin tutela extranjera” para el 2026. Con tres de cuatro personas bajo la línea de la pobreza, la denuncia sobre la entrega de minas de tierras raras a consorcios extranjeros catalizó un reclamo más amplio de soberanía. La escena malgache anuda soberanía y justicia social, conectada con el pulso juvenil panafricanista.  

Como vemos, la juventud africana atraviesa todos los casos como sujeto político. Con una media continental de 19 años, su lenguaje mezcla dignidad, soberanía y derechos sociales. Seis de cada diez jóvenes se declaran insatisfechos con la democracia en funcionamiento, pero la mayoría sigue prefiriéndola como ideal. De Dakar a Uagadugú, de Yamena a Antananarivo, emergen colectivos que vinculan deuda, clima, recursos, migración con una misma consigna: Independencia efectiva. África ensaya su segunda emancipación entre el continuismo y la ruptura.