Friday, November 21, 2025

YIHADISMO EN EL SAHEL: 

¿QUÍEN ES EL AGRESOR?

Por: Javier F. Miranda Prieto 

La violencia yihadista, ejercida por grupos extremistas islámicos, han sentado sus bases en tres países del sahel,
Mali, Burkina Faso y Níger, consolidándose como el principal foco
del yihadismo a nivel global.

La región africana del sahel atraviesa una grave crisis marcada por la violencia yihadista (ejercida por grupos extremistas islámicos), la pobreza, la inestabilidad política y el surgimiento de gobiernos nacionalistas y panafricanistas, que han generado una fuerte oposición entre sus antiguos aliados occidentales. Burkina Faso, Mali y Níger se han consolidado como el principal foco del yihadismo a nivel global, a la vez que esta amenaza se extiende progresivamente hacia el sur, afectando en distinta medida a cuatro países costeros del Golfo de Guinea -Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín-. Todo ello ocurre en un contexto de creciente competencia geopolítica entre actores externos, como Rusia, China, Turquía, Emiratos Árabes Unidos y la dupla occidental de Francia y Estados Unidos, por ampliar su presencia e influencia en África Occidental, un espacio crecientemente estratégico a escala global.

La matriz del yihadismo mundial se originó en el Medio Oriente, con la creación del Estado Islámico (entre la frontera de Irak y Siria), llevándolos, a partir de 2010, a una situación de debilidad y crisis de liderazgo, debiendo de desplazar sus acciones armadas hacia sus otras filiales o entidades regionales a fines. De entre éstas, las presentes en África estaban ganado fuerza y protagonismo. De los cinco principales focos de inestabilidad en el continente africano (cuenca del lago Chad, Norte de África, Sahel, Somalia y Mozambique) el sahel central estaba experimentando la mayor escalada de violencia vinculada a actores yihadistas en los últimos años. En 2009, las muertes relacionadas con el terrorismo en la región representaban solo el 1% del total mundial, mientras en el 2025 esta cifra ha llegado al 51%. Asimismo, estos grupos insurgentes ejercen un creciente control sobre determinados territorios del continente. Así, desde 2023, el sahel se consolida como el principal foco de actividad yihadista global.  

Desde hace trece años, estos grupos yihadistas concentraron inicialmente sus ataques en el norte de Mali, aprovechando la insurgencia tuareg de 2012, así como los flujos de armas y combatientes llegados desde Libia tras la caída del régimen de Gadafi. Sin embargo, a partir de 2014, aumentaron su frecuencia también en Níger y con especial intensidad, en Burkina Faso. Desde el 2020, se observa un progresivo efecto contagio más allá de esta región africana. El sahel alberga un mosaico de grupos terroristas que siguen una lógica de expansión hacia las costas del Océano Atlántico (Golfo de Guinea). En definitiva, no solamente la amenaza se ha intensificado, sino que también ha aumentado su alcance geográfico, tanto en los países que conforman el sahel central como a nivel regional, en África occidental.

                      “De los cinco principales focos de

                  inestabilidad en el continente africano

                 (cuenca del lago Chad, Norte de África,

                        Sahel, Somalia y Mozambique)

                  el sahel central estaba experimentando

                 la mayor escalada de violencia vinculada

                 a actores yihadistas en los últimos años” 

En la actualidad, la totalidad de los actores yihadistas en la región pertenecen a la órbita de las dos principales ramas del yihadismo global: al-Qaeda y Estado Islámico o Daesh en árabe. Los actores más importantes son la coalición Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes JNIM, por sus siglas en árabe, filial de al-Qaeda y en menor medida, la Provincia del Estado Islámico del Sahel ISSP, según sus siglas en inglés. Ambos compiten entre sí por influencia y control territorial, particularmente en el área de la triple frontera entre Burkina Faso, Níger y Mali.

La coalición JNIM, conformada por bandas armadas como Ansar Dine o Al Morabitoun, es el actor más activo, ya que concentra el 66% de la participación en las acciones terroristas desde 2020. Esta predominancia y ascenso se explica por su fuerte arraigo comunitario y por haber establecido mecanismos locales de financiamiento sostenible.

Sin embargo, a la amenaza yihadista hay que sumarle otro vector a la crisis en el sahel. Desde 2020, esta estratégica región, ha experimentado una serie de golpes de Estado y cambio de régimen político de tono nacionalista y panafricanista. Primero en Mali (agosto 2020 y mayo 2021), luego en Burkina Faso (enero y setiembre 2022), y por último, en Níger (julio 2023). Pese a las diferencias entre contextos nacionales, existe un denominador común: las tres juntas militares explotaron agravios históricos no resueltos contra Francia y contra occidente en general, capitalizando el legítimo descontento generalizado de la población -en particular de la juventud-, presentándose como la única solución para traer seguridad y desarrollo económico, ante la incapacidad manifiesta de los gobiernos anteriores, regímenes corruptos y adictos a los mandatos de occidente,  que no cumplieron con las funciones básicas del estado.

Estos gobiernos militares han creado un proyecto de cambio socio-político que generó arraigo popular y  una fuerte oposición y preocupación en las potencias occidentales.

                   “Los actores más importantes son:

           Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes

            JNIM, filial de al-Qaeda y en menor medida,

         la Provincia del Estado Islámico del Sahel ISSP.

                Ambos compiten entre sí por influencia

                  y control territorial, particularmente

                 en el área de la triple frontera entre

                      Burkina Faso, Níger y Mali”

En este marco, las juntas militares dieron un cambio radical a su política exterior, estrechando lazos con Rusia, China, Emiratos Árabes Unidos y Turquía e interrumpiendo abruptamente la cooperación con Francia, Estados Unidos y otros socios europeos, con quienes las relaciones se encuentran en su peor momento desde la independencia en 1958, en el caso de Burkina Faso, y en 1960, en Mali y Níger.

Los tres países del sahel se unieron en la llamada Alianza de los Estados del Sahel AES, promoviendo alianzas militares, políticas y comerciales con Rusia, China, Irán e incluso con Corea del Norte, quien enviará una dotación de soldados de elite norcoreanos para conformar las escoltas personales de los líderes burkineses, lo que, de profundizarse el rechazo a las políticas pro-occidentales, se estarían cerrando para siempre las puertas de África.

El Sahel es una vasta región africana, situada entre el desierto
del Sáhara al norte y la sabana subsahariana por el sur. Se
extiende del Océano Atlántico hacia el Mar Rojo.

Se sabe que el sahel es importante para occidente, porque los países de la región, especialmente Niger, es esencial para ayudar a detener la migración ilegal hacia Europa. Por otra parte, Francia está deseosa de seguir manteniendo su dominio económico sobre sus antiguas colonias, que se ve amenazado por el creciente sentimiento antifrancés en muchas de ellas, particularmente en Burkina Faso, Mali y Chad. El interés de los Estados Unidos radica principalmente en la seguridad. Washington tiene una base de drones de 100 millones de dólares y mil soldados en la ciudad nigerina de Agadez. El gobierno de Níger ha solicitado a EE.UU que retire sus tropas y cierre la base. Sin mencionar los ingentes recursos naturales que posee estos países africanos: petróleo, gas natural, litio, tierras raras, que son muy apetecibles para occidente.

Asimismo, con la expulsión de Francia de la mayoría de sus antiguas colonias en el sahel y la creciente influencia de estas sobre Moscú, Estados Unidos se enfrenta a un gran dilema. Ante la ausencia de EE.UU y Francia en la región, Rusia y en algunos casos Irán, están ocupando el vacío de poder. Eso pone gravemente en peligro su influencia en la región.

                   “Los dos principales grupos subversivos

                       que operan en esta región africana

                    han resurgido con un fervor renovado,

                    como si un nuevo financista estuviera

                      colaborando e impartiendo órdenes

                      como el verdadero y único agresor”

Ante este panorama, es evidente que Washington no está dispuesto a permitir que esta nueva alianza política-militar en el sahel se consolide y pueda incluir otras naciones, como Chad, Senegal o Guinea Conakry. Ante este escenario de fragilidad y de amenaza, por parte de las potencias occidentales, de tratar de recuperar la iniciativa política en la región, coincidentemente, los grupos yihadistas han intensificado su actividad violentista, ampliado su radio geográfico de acción. Los dos principales grupos subversivos que operan en esta región africana han resurgido con un fervor renovado, como si un nuevo financista estuviera colaborando e impartiendo órdenes como el verdadero y único agresor.  

Cada vez es más evidente, que mientras los países de la AES resisten la envestida de los grupos terroristas, que generan decenas de muertos en el norte de Burkina Faso, centro y norte de Mali, y noreste de Níger, donde aldeas enteras son atacadas dejando numerosos muertos, las inteligencias occidentales trabajan a toda velocidad para desestabilizar desde el interior a los ejércitos de estos países africanos, fraguando divisiones dentro de la cúpula militar, como se vio a principios de año en Mali y Burkina Faso o auspiciando asonadas castrenses como en el caso de Níger, acciones veladas o no tan veladas, que favorecen así el accionar de las bandas yihadistas.

                     “Los tres países del sahel se unieron

                     en la llamada Alianza de los Estados

                    del Sahel AES, promoviendo alianzas

               militares, políticas y comerciales con Rusia,

               China, Irán e incluso con Corea del Norte”

En el caso de las denuncias en Bamako, se anunció la detención de un agente francés que operaba como nexo entre la inteligencia francesa y algunos sectores políticos, económicos y de las fuerzas armadas opositoras a la junta militar de gobierno. Por su parte, las autoridades de Burkina Faso informaron la detención en la capital, Uagadugú, de otro ciudadano francés a fines de julio, que utilizaba como fachada un empleo en una ONG, desde donde aportaba información y asesoramiento a los bolsones golpistas del ejército.  

Desde 2020, la evolución de la amenaza yihadista en el sahel en particular y en el África occidental en general, ha seguido dos tendencias principales: por un lado, la intensificación de la violencia en los países miembros de la AES, con un creciente control territorial por parte del JINM, y más recientemente, del ISSP; por otro lado, su progresiva expansión hacia algunos Estados del Golfo de Guinea, especialmente Benín, Togo y Costa de Marfil. Aunque, en estos países, los grupos insurgentes no han replicado -por ahora- sus estrategias de expansión territorial, su actividad ha crecido de forma sostenida y Ghana experimenta ya efectos indirectos de sus actividades transfronterizas.

Pero la constatación principal del origen de este nuevo impulso violentista de las bandas insurgentes en el sahel, proviene del verdadero agresor en este conflicto, los únicos que quieren detener la marea de cambios que amenaza arrasar para siempre la perversa voluntad colonial de los Estados Unidos y Francia.  

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