EL SÁHARA OCCIDENTAL Y LA TRAICIÓN DE MOSCÚ Y PEKÍN
El pueblo saharaui lleva medio siglo esperando y
luchando por poder decidir su futuro. La semana pasada, las grandes potencias
hegemónicas de la ONU -Estados Unidos, Rusia y China- no solo le dieron la
espalda a sus reivindicaciones históricas, si no, que además, le arrebataron la
posibilidad de ejercer el derecho a la autodeterminación en un futuro. La monarquía
marroquí logró el respaldo diplomático que buscaba y necesitaba. ¿Qué poderosos
intereses hicieron posible esta inesperada decisión?
Durante décadas, Marruecos ha venido cultivando una política exterior
meticulosa, discreta y persistente, orientada a la construcción de una legitimidad que justificara su proyecto
de anexión del Sáhara Occidental. El conflicto que comenzó tras el abandono de
España de su antigua colonia en 1975, había quedado encallado en un callejón
diplomático sin salida. Pero el Palacio Real de Rabat, lejos de conformarse con
el inmovilismo, apostó por una vía distinta: convencer a los grandes actores
del tablero internacional de que su plan de autonomía bajo soberanía marroquí era la única opción viable.
Para ello, la dictadura de Mohamed VI fue entretejiendo
acuerdos económicos, militares y estratégicos con actores aparentemente antagónicos,
con Estados Unidos, Rusia, China e incluso Israel. En paralelo, Rabat invirtió fuertemente
en el desarrollo del territorio ocupado: carreteras, puertos, energía solar y
grandes inversiones extranjeras sirvieron para normalizar una ocupación que casi nadie parecía cuestionar.
Con el gobierno de Pekín,
Marruecos profundizó una relación que va mucho más allá de los vínculos comerciales.
China ha encontrado en Marruecos una puerta de entrada al África occidental. A través
de su iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, ha financiado
infraestructura clave en Casablanca, El Aaiún y Dajla. Además, Marruecos se
convirtió en proveedor de fosfatos y metales raros fundamentales para la
industria tecnológica china. A cambio, recibió inversiones, tecnología y respaldo en foros multilaterales.
“El respaldo al “Plan Marroquí” dejó al desnudo
lo que de verdad defienden las grandes potencias”
Moscú, por su parte, ha visto en Rabat un
socio útil en el norte de África. Si bien no habido un pacto militar formal, sí
han existido intercambios de entrenamiento, cooperación en seguridad y venta de
armamento ligero. La discreta relación entre Rusia y Marruecos también le
permitió a Putin ganar influencia en la región sin comprometerse abiertamente con
Argelia, un tradicional y antiguo aliado de la hoy desaparecida Unión
Soviética.
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| En la resolución se descarta la autodeterminación para el pueblo saharaui. El Sahara Occidental estaría bajo la soberanía de Marruecos |
El caso más llamativo es el de Israel. Tras los “Acuerdos de Abraham” y el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sáhara durante el primer mandato de Donald Trump, Marruecos e Israel reforzaron su cooperación en ámbitos como la ciberseguridad, la inteligencia, la industria militar y la tecnología de vigilancia. Esta alianza con implicaciones profundas, ofreció a Rabat a acceso a tecnología militar de última generación y a la bendición de Washington. Todo este tejido de alianzas tenía un objetivo común: construir una red de apoyos geopolíticos que garantizara el respaldo -o al menos la neutralidad- de las grandes potencias en litigio cuando llegara el momento de la verdad. Y ese momento llegó en la última sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas la semana pasada.
En efecto, el viernes 31 de octubre pasará a la historia como
el día que las Naciones Unidas legitimaron de facto el plan de autonomía de
Marruecos sobre el Sáhara Occidental. La resolución, redactada por los Estados
Unidos, fue aprobada por 11 votos a favor, con la abstención de Rusia, China y
Mozambique, y la ausencia de Argelia, que decidió no participar en el siniestro
contubernio como forma de protesta.
“Trump, Putin y Xi “aplauden” sin palabras
el fin del derecho a la autodeterminación
del pueblo saharaui”
El texto renovaba por un año más de la inoperativa MINURSO -la
misión de la ONU en territorio saharaui- pero introducía un giro clave: establecía
que las negociaciones futuras se basarían en la propuesta marroquí como único marco
posible. En la práctica, esto significa descartar
de forma definitiva la autodeterminación para el pueblo saharaui. Los saharauis estarían bajo la soberanía de
Marruecos y de las Fuerzas Armadas marroquíes.
Muchos esperaban que Moscú y Pekín frenaran, con su derecho
de veto, esta resolución que consolida la posición marroquí sobre el Sáhara Occidental.
No ocurrió así, sino todo lo contrario. Ambos países se abstuvieron, lo que en
la práctica fue una forma explícita de dar luz verde al plan impuesto por
Estados Unidos sin, supuestamente, ensuciarse las manos. Es la estrategia clásica
del “no bloqueo”, que ya han
empleado antes cuando la decisión favorece sus intereses indirectamente o les
evita enemistades innecesarias.
Pero, ¿por qué no votaron en contra? Las razones -ajenas a
cualquier consideración ética o legal sobre el derecho a la autodeterminación
de los saharauis- son también económicas y geopolíticas.
China, por ejemplo, ha reforzado sus vínculos
con Marruecos en la última década en múltiples frentes. No solo importa grandes
cantidades de fosfatos -clave para su producción agrícola- sino que también ha
invertido en infraestructura vial, muchas situadas en pleno territorio saharaui
ocupado. El plan de autonomía marroquí ofrece a Pekín, por lo tanto, una “normalización” de sus intereses económicos
en la zona.
“Marruecos sella su victoria en la ONU
sin disparar una sola bala. Solo le bastó
la traición de Moscú y Pekín”
Por su parte Rusia,
aunque históricamente mantiene buenas relaciones con Argelia (aliado incondicional
de los saharauis en el Magreb) ha decidido no jugar fuerte en esta partida.
Necesita a Marruecos como actor estable en esta región convulsa y paga así, la
postura neutral de Marruecos, ante la guerra en Ucrania. A ello se suma el interés
ruso por aumentar su influencia en el África Occidental, donde Rabat puede
actuar como puente y aliado. Moscú, elige una “abstención cómoda” que le permite quedar bien con todos...menos
con los saharauis.
Ambos países, además, están profundamente interesados en
proyectar la imagen de “potencias
globales constructivas” que no bloquean resoluciones multilaterales. Pero
esta postura revela, lo que ya muchos sospechan: ni China ni Rusia son garantes de los derechos de los pueblos, su traición
a la causa saharaui evidencia que son actores que responden, como todas las
grandes potencias capitalistas, a sus propios cálculos mercantiles y geopolíticos.
“Las negociaciones futuras solo se basarían
en la propuesta marroquí como único
marco posible”
Este no es, en efecto, el primer caso en que Rusia y China
dejan que se apruebe una resolución que conlleva consecuencias dramáticas a un
país del sur global. En 2011, ambos países se abstuvieron en la votación de la
ONU que dio comienzo a la brutal intervención militar de la OTAN en Libia, bajo
la excusa infame de proteger a la población civil.
El resultado fue el derrocamiento de Muamar el Gadafi, el
colapso del Estado libio y el inicio de una guerra civil que, aun hoy, sigue
desangrando a ese país. Entonces, como ahora, la abstención de Moscú y Pekín
permitió a las potencias occidentales intervenir en Libia contando con
cobertura legal. Años más tarde, Rusia se quejaría de haber sido “engañada” por
Washington, pero lo cierto es que su abstención abrió la puerta a una operación
que destruyó a uno de los Estados más desarrollados de África.
El paralelismo ahora con el Sáhara Occidental es evidente.
Ambos casos muestran que, cuando se trata de defender el derecho internacional
frente a los intereses de las grandes potencias, los discursos se diluyen y las
abstenciones hablan más fuerte que cualquier tipo de causa justa. La heroica y
justa causa del pueblo saharaui por su independencia, hoy debe de estar más
viva que nunca, los pueblos africanos, del sudeste asiático y los
latinoamericanos están con ellos, a pesar de la traición de Moscú y Pekín.


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